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sábado, 30 de junio de 2012

Mina, "Non credere"



Grande, Mina.

Primavera


Asturias en primavera. Caminando por cualquier pueblo, junto a las tapias, en los caminos, rebosando las verjas: flores, desde las humildes margaritas hasta las rosas sofisticadas.Y las hortensias, la flor con la que identifico a mi tierra, empieza a coronar.

 















 Hoy no tengo nada especial que contaros, solo quiero compartir  mi borrachera de felicidad caminando por mi tierra. Ayer llovió, hoy amaneció un día radiante y, mires donde mires, todo es belleza. A lo lejos, el mar. A mi espalda, suaves colinas de prados verdes, mil intensidades de verdor distinto. Ladra un perro. Suenan las esquilas de las vacas. Qué paz.



viernes, 29 de junio de 2012

Víctor Botas, "Poesía completa"

Esto es una caricia

                     ESTO
es una caricia.
                       Más ardiente,
sin duda, y mucho menos
vulgar que aquellas otras
que, con mano indolente, él te dispensa
y pasan.
             Suave,
como el silencio.
                         Lenta,
como los viejos ritos.
                                Inocente.
Sin inquietud. Sin tiempo.


La noche va poniendo

La noche va poniendo
silencio en esta página.
                                   ¿Qué hago
yo aquí? ¿Qué hago
colocando palabras que no sirven
para nombrarte?
Espero.

La editorial La isla de Siltolá acaba de publicar la poesía completa de Víctor Botas, una cuidadísima edición a cargo del poeta y crítico José Luis García Martín. A Víctor Botas, poeta asturiano, ya lo había traído en otra ocasión a Mi casa.Ahora podré disfrutar de toda su obra. Un lujo.

jueves, 28 de junio de 2012

Casas de indianos en Somao


Hace unos días os hablaba de Somao, un precioso pueblo asturiano, perteneciente al Concejo de Pravia, situado en una colina frente al mar, dominando la desembocadura del río Nalón. Y os decía que esta pequeña aldea ha cobrado fama porque alberga un gran número de casas de indianos, los palacetes que los emigrantes, enriquecidos en tierras americanas, levantaron a su vuelta. Durante los primeros años del siglo XX el perfil de la aldea se transforma.












La Torre, El Palacete de Solís o Marciel, el Noceu, Villa Radis... Maravillosas casas rodeadas de jardines y plantas exóticas, entre las que no podía faltar la palmera, hasta entonces desconocida en Asturias y que hoy identifica estas construcciones. La primera que nos encontramos al llegar a Somao es la Casa de la Torre (arriba a la derecha), de 1912, un espléndido palacete recubierto de azulejo amarillo y coronado por una torre angular rematada en chapitel. Es obra del arquitecto Manuel del Busto.






Villa Radis, arriba a la derecha, es un palacete modernista construido en 1900 al estilo inglés ARTS&CRAFTS. Es un edificio soberbio, con la fachada recubierta de azulejo color crema y con una magnífica rejería de hierro. Corona la colina, de manera que goza de una vista privilegiada sobre la costa y Muros del Nalón, el pueblo al que da nombre la desembocadura del río.











Se suceden las quintas, a cada cual más impresionante. Me gusta especialmente la que os muestro arriba a la derecha, rodeada de miradores. Y abajo, La Casona. Se empezó a construir en 1900 según planos de García Nava. Posee una gran escalinata de entrada y tres de sus fachadas están rodeadas por una galería sobre columnas de hierro fundido. A la derecha, el mausoleo perteneciente a la casa, de estilo modernista. La finca que rodea al palacete es espléndida, consigo colarme al interior por una puerta posterior. Me conformaba con la preciosa casa de los guardeses.



miércoles, 27 de junio de 2012

Somao


Si alguna vez viajáis a Asturias no dejéis de visitar este precioso pueblo, Somao, perteneciente al concejo de Pravia. Está situado sobre una colina, desde la que se divisa la rasa costera y la desembocadura del río Nalón. La vista es espectacular. A la orilla del mar, Muros del Nalón, San Esteban de Pravia y San Juan de la Arena.












Hasta 1900 este pueblo no se diferenciaba de cualquier otro enclave rural asturiano. Su arquitectura era la tradicional de estas tierras, casas de labor con corredores o galerías, cuadras para el ganado y hórreos para guardar el grano. Se vivía de la agricultura y la ganadería y, como en tantas aldeas asturianas, muchos jóvenes optaron por emigrar.














Cuba fue el destino elegido por la mayor parte de estos emigrantes; allí se ganaron la vida y allí, en ocasiones, labraron su fortuna. Y, como tantos otros, volvieron a su pueblo y mandaron construir grandes y espléndidas casas, las llamadas casas de indianos de las que Asturias tiene numerosos ejemplos. Pero el pueblo que se ha hecho famoso por la proliferación y la belleza de estos palacetes es Somao. Merece la pena que os los muestre en otra entrada, uno de estos días. Hoy solo quería traeros su sencilla belleza de aldea, los caminos, el lavadero (abajo, a la derecha) donde se reunían las mujeres y que se conserva tal y como fue. Un lugar delicioso.





martes, 26 de junio de 2012

David Hockney en el Guggenheim de Bilbao


David Hockney abandona su estudio y, cargado de lienzos y pinceles, se instala en East Yorkshire y lo pinta mil veces, en ocasiones la misma perspectiva en diferentes estaciones del año; otras veces se centra en detalles, como el florecimiento del espino o la tala de árboles. El Guggenheim de Bilbao nos ofrece una exposición extraordinaria sobre el Hockney paisajista, una selección de obras que abarca cincuenta años. aunque el núcleo lo componen obras de 2005, cuando el pintor regresa a la pequeña localidad costera de Bridlington. Ya os hablé de ella en una entrada anterior, pero quedaron tantas maravillas en el tintero que bien merece volver.


 








 Los dos lienzos que veis sobre estas líneas pertenecen a la serie Tunnels. Aquí vemos una muestra de lo que antes os contaba. Hockney se instala en un punto del bosque, un paisaje muy querido ya que aquí vivió parte de su infancia, y nos lo muestra en diferentes épocas del año, en este caso en marzo y en mayo. Las reproducciones no hacen justicia a la brillantez y la luminosidad de las pinturas, realmente extraordinarias.



Wodgate woods, El bosque de Woldgate. Óleos sobre seis lienzos. El bosque captado desde el mismo punto de vista a lo largo de las estaciones. Hockney evita el tono bucólico y se limita a mostrarnos la fugacidad del momento, la caprichosa naturaleza vistiendo y desvistiendo la tierra. Sintético y mágico.















He abierto el comentario con uno de los cuadros más extraordinarios de la exposición, More falled Trees on Wolgate, perteneciente a la serie Tala de invierno y totems, de la que también forman parte los dos que anteceden a estas líneas. Bellísimos los óleos y espléndidos los carboncillos, excelente dibujante Hockney, evidenciando en ellos la agilidad y la rapidez con la que capta la atmósfera y los detalles del rincón del bosque donde reposan sus totems.



Y finalizo con dos grandes óleos de su serie Grandes árboles. No os perdáis esta exposición, no creo que tengamos muchas más oportunidades de disfrutar tan ampliamente del Hockney paisajista. Además, la luz y la energía que desprende su obra es una inyección de alegría en vena, y se agradece.

lunes, 25 de junio de 2012

David Hockney: Una visión más amplia


Efectivamente, el Museo Guggenheim de Bilbao nos ofrece una visión más amplia del trabajo de David Hockney, nueva visión que supone todo un descubrimiento para mí, que ignoraba su vocación paisajística. Una magnífica exposición que comienza con sus primeros paisajes, en los años 50; su pasión por las imágenes y los juegos que realizaba con las fotografías, interesantes collage. Hasta que llega la explosión de color, el Hockney más identificable.












Estos dos óleos pertenecen a finales de los años 90, Garrowby Hill, a la derecha, y La carretera que atraviesa los Wolds, a la izquierda. Hay algo en estos óleos que me recuerdan a algunos expresionistas alemanes de El Puente, la vibración del color, el esquematismo, la forma de llenar el lienzo y de atraer todo al primer plano. Y me entusiasma igual que lo hacen aquellos.











Entre Kilham y Langtoft II y Entre Langtoft y Kilham, a la izquierda y a la derecha, el primero realizado el 27 y el segundo el 31 de julio de 2005, esto es, con cuatro días de diferencia. Y al aire libre. Me encanta pensar en Hockney cogiendo sus bártulos y caminando por los senderos de su infancia, en Bridlington, en el East Yorkshire, buscando ese rincón conocido, o la imagen de los rulos de hierba brillando al sol. Esos rulos que ahora se multiplican también por los prados asturianos, dónde se habrán ido las varas de hierba de mi infancia. Perdonad, ha sido un lapsus.





Aunque la exposición recorre cincuenta años de trabajo, lo que más me ha fascinado ha sido su obra más reciente, de la que os hablaré en una entrada posterior. Sobre estas líneas os dejo una muestra de sus acuarelas, una colección extraordinaria en la que merece la pena detenerse. Arriba, un óleo sobre 32 lienzos que preside una de las salas, realizado en 2011, La llegada de la primavera en Woldgate, East Yorkshire. Sobre este tema ha realizado una serie de dibujos con iPad impresos sobre papel que me han dejado boquiabierta. Pero eso también merece un comentario aparte. Cierro con un botón de muestra.



domingo, 24 de junio de 2012

"Los peces no cierran los ojos", de Erri de Luca

"Mamá conocía al pescador, alguna noche tranquila me dejaba ir con él. Me daba un jersey de lana ligera, basta, que me picaba mucho. Yo ayudaba con los remos mientras él cebaba los anzuelos y los dejaba caer en el agua, uno a uno. Una vez acabado el despliegue, esperábamos. La isla estaba lejos, un montoncito de luces. Tumbado a proa sobre la cuerda del ancla, yo contemplaba la noche que daba vueltas sobre mi cabeza. La espalda oscilaba despacio a causa de las olas, el pecho se hinchaba y se deshinchaba bajo el peso del aire. Desciende desde tan alto, desde tan profundo cúmulo de oscuridad, que oprime las costillas. Algunas astillas se precipitan envueltas en llamas, apagándose antes de sumergirse. Los ojos intentan permanecer abiertos, pero el aire en caída los cierra. Me abandonaba a un sueño breve, interrumpido por las sacudidas del mar. Aún hoy, en las noches tumbado al aire libre, siento el peso del aire en la respiración y una acupuntura de estrellas en la piel."

Elijo casi al azar uno de los fragmentos de esta deslumbrante novela, mi ejemplar profusamente subrayado y con multitud de esquinas dobladas como recordatorio de párrafos inolvidables. Por ejemplo: "Desde allí arriba, desde la cima de los besos, puede uno descender después a los gestos convulsos del amor". O: "Era tan hermosa de cerca, con los labios ligeramente abiertos. Me conmueven los de una mujer, desnudos cuando se aproximan para besar, se desvisten de todo, de las palabras hacia abajo". Uno más: "El amor sería una parada breve entre los aislamientos. Hoy pienso en un tiempo final en común con una mujer, con la que coincidir como lo hacen las rimas, al término de la palabra".

Podría seguir trayéndoos sus palabras, destellos que pueblan su texto. Habla de un verano que pasó en una isla, a los ocho años, cuando descubre el amor y la justicia.

 "La belleza es la energía que se encuentra detrás de la muerte". Erri de Luca habla despacio, dulcemente. Su discurso está plagado de anécdotas curiosas, de imágenes brillantes. En la conferencia que, con la sala atiborrada, nos ofreció hace unos días en la Feria del Libro habló de la génesis de Los peces no cierran los ojos, y de su propia vida. Nos contó como creció en una pequeña habitación llena de libros, donde sus padres montaron su dormitorio, y como esos muros de papel impreso le dieron calor y, más que aislarle de su entorno, lo hermanaron con el mundo. Y como aquel niño de ciudad encontraba la total libertad por el verano, en la aldea costera donde pasaba las vacaciones. "A esa edad el cerebro de un niño está preparado para comprender conceptos complejos, como el de justicia". Ese día me dedicó el libro, como os conté en una entrada anterior, que leí de una sentada. Una novela con una enorme carga poética, maravillosamente escrita, que os recomiendo encarecidamente.

Los libros

El poder salvífico de la literatura.

sábado, 23 de junio de 2012

"La cultura de la buena gente", por Vicente Verdú

Una descomunal ola de maldad impulsa hoy a danzar, sea en la Justicia o en la Política, en Bankia o en el Vaticano, como si la moral hubiera subido a los cielos y los infiernos se hallaran aquí.
Como consecuencia de este fenómeno, el planeta parece deslizarse sobre unos raíles falsos, unos conductores irresponsables, unas máquinas con tan poca fiabilidad que nos ponen al borde del abismo. No hay una mente que reordene el caos ni un corazón tan bueno que permita transfusiones aquí o allá.
Pero no todo podía ser tan aciago. La física hace ver que aún en la máxima oscuridad bullen unos fotones y en el máximo resplandor se hospedan agujeros negros. Del lado de la esperanza luminosa hay varios ejemplos que, por el momento, no son capaces de combatir el caos pero que, molécula a molécula, van componiendo un tejido benéfico, de “punto de cruz”.
(...)
Hace unos días, científicos norteamericanos que han triunfado en la creación de píldoras contra el alcoholismo o contra la depresión, han caído en la cuenta de que su tarea principal sería crear medicamentos que contribuyeran, sin más, a producir buena gente. Los avances en biogenética alargan las vidas. Ahora, los avances en las gentes valdrían para mejorar el gozo de vivir.
No serán grandes laboratorios a lo Sandoz de los que podría esperarse investigaciones de este tipo. Los grandes laboratorios están estructuralmente interesados en que la gente sea mala, se sienta enferma o lo pase mal. Gracias a la oleada del mal actual, los laboratorios son campeones de windsurfing mientras la caridad se mueve, en general, por terrenos más secos. La futura “pastilla de la moralidad” de la que hablaba hace unos días The New York Times sería de un carácter más hondo.
Las farmacias venden hoy “Pastillas contra el dolor ajeno” que apenas valen un euro. Lo llamativo es tanto su coste cercano a cero como el vínculo que, a pequeñas dosis, en “punto de cruz”, une la mísera aportación con la miseria de los pobres. Todos nos unimos, debajo de la ola del mal, en el brote del bien que pone a las personas en contacto con otras. Se trata de “el punto de cruz” que inventa, con la colaboración de muchos y en el plan de un mundo mejor. Mundo de gentes para las gentes, puesto que ya, a estas alturas, lo que importa a la biogenética no sería tanto la importancia de un gen como la feliz reunión de la buena gente.

Extracto de un artículo firmado por Vicente Verdú y publicado en el diario El País el 2 de junio de 2012.

viernes, 22 de junio de 2012

La Torre de Iberdrola, en Bilbao, en primavera

Camino de Bilbao, donde voy a ver la exposición de Hockney (uno de estos días os hablaré de ella, una muestra extraordinaria que si tenéis ocasión no deberíais dejar pasar), el espectáculo de la primavera estallando incontenible en los campos me produce una alegría y una sensación de optimismo y esperanza que ahuyenta las amenazas con las que nos estamos acostumbrando a convivir, como un ventilador un montoncinto de confetis. Gloria bendita. Saco la cabeza por la ventanilla y olfateo el aire, denso de aromas a tierra fecunda.














Llueve en Bilbao, pese a lo que paseamos hasta la ría con idea de visitar cuanto antes la exposición, pero  me atrapa la recién inaugurada torre de Iberdrola, vecina del Guggenheim, y los efectos que la luz y las nubes producen en su piel de cristal. Es obra del arquitecto argentino César Pelli, el mismo que diseñó las espectaculares Torres Petronas de Kuala Lumpur y la Torre de Cristal de Madrid.












La torre tiene forma de triángulo isósceles con los lados ligeramente curvos, lo que le aporta sensación de movimiento. Mirándola pienso que sería una preciosa escultura. El lobby es un espacio diáfano de diez metros de altura, cristal y madera, donde se han plantado varios olivos centenarios y un pequeño huerto.












Nos hemos colado durante un despiste de la azafata que atiende las visitas, y enseguida se nos acercan tres guardias de seguridad para acompañarnos a la salida. Son amables; debemos parecerles inofensivos porque bromean con nosotros y aceptan de buen grado nuestro arrobo por la belleza arquitectónica del edificio. Pero la visita ha terminado, así que nos vamos con la música a otra parte.