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martes, 31 de marzo de 2015

Mario Benedetti, "Lovers go home"

Ahora que empecé el día
volviendo a tu mirada
y me encontraste bien
y te encontré más linda
ahora que por fin
está bastante claro
dónde estás y dónde
                                    estoy

sé por primera vez
que tendré fuerzas
para construir contigo
una amistad tan piola
que del vecino
territorio del amor
ese desesperado
empezarán a mirarnos
con envidia
y acabaran organizando
excursiones
para venir a preguntarnos

cómo hicimos.

lunes, 30 de marzo de 2015

"Imitation game", de Morten Tyldum

El mal que nuestros prejuicios, nuestra ignorancia, nuestra enorme estupidez puede generar me produce vértigo y una rabia infinita. Termino de ver Imitation game y más que tristeza por la penosa suerte que corrió un hombre de enorme talento, responsable de haber salvado miles de vidas, como fue Alan Turing, lo que siento es un coraje inmenso. Y pensar que murió en 1954, envenenado, condenado y proscrito por el infame delito de ser homosexual, humillado y abandonado por una sociedad que debía besar por donde pisara, y que tuvo que esperar hasta hace cuatro días para que la reina de Inglaterra rehabilitara su nombre, me hace sentir un infinito desprecio por la raza humana, yo incluida.











Imitation game es una película espléndida, rodada sobre un guión que funciona como un reloj, con un plantel de actores fantásticos con Benedict Cumberbatch a la cabeza, en el papel de Alan Turing. Narra la carrera contrarreloj emprendida por Turing y su equipo para desentrañar el cifrado de la máquina Enigma, con la que se comunicaban los alemanes. Para ello tuvo que enfrentarse a las reticencias de tirios y troyanos, hasta que logró el apoyo explícito de Churchill y pudo completar con éxito su proyecto. Turing ha sido el padre de la actual informática, un hombre de inteligencia excepcional que, como tantos, pago con creces su excepcionalidad.











Una película muy entretenida, muy bien hecha, que te mantiene pegada al asiento durante todo el metraje. Os dejo con el trailer:

viernes, 27 de marzo de 2015

El hombre que camina, de Giacometti

En verano de 2013, la Fundación Mapfre organizó una exposición sobre Giacometti de la que fui incapaz de escribir. A veces me ocurre. Ha habido algunos conciertos de los que no he podido hablaros, porque no me sentí capaz de poner en palabras lo que sentía. Y algunas exposiciones, algunos paisajes. Tal me ocurre con Giacometti, especialmente con alguna de sus obras.
La muestra organizada por Mapfre fue extraordinaria, y allí contemplé algunas piezas que me cortaron el aliento. Y, más que ninguna otra, el Hombre que camina. Existen numerosas versiones de este hombre caminando, que el artista convirtió en el símbolo de su constante búsqueda de la perfección. Pero siempre es él mismo, y a mi se me agarró al corazón. Camina algo inclinado hacia adelante, los hombros algo vencidos, los brazos caídos, y esas piernas interminables. De espaldas, es la imagen de la desolación. Parece que se dirige a algún sitio pero yo siento que está perdido. Y cuando vi de cerca su rostro ya no lo pude olvidar.
Sus ojos.
La Fundación Canal a vuelto a traer a Giacometti, os lo comentaba hace unos días. Un hombre que mira, es el título de la exposición. Antes de hablaros de ella, he querido traerle a él.


jueves, 26 de marzo de 2015

"Rota", de Leila Guerriero

"Y entonces, porque yo estaba triste, el sábado pasado me llevaste a ese parque, tan cerca de casa, tan lejos del mundo, y caminamos por el sendero de tierra, entre las cañas de bambú, respirando el aire fino y caliente en el día desierto, y me contaste que habías estado allí un tiempo atrás, tomando unas fotos, y que te habías topado con un tipo rarísimo que tocaba la guitarra detrás de un arbusto —como un desconsolado, como un perro frenético—, y lo imitaste a gritos y yo me reí (recordando aquella vez, hace años, cuando éramos casi unos desconocidos y, en un bar de una isla colombiana, mientras sonaba Bob Marley, vos, hasta entonces silente y discreto, empezaste a cruzar la pista de una punta a la otra, con unos ridículos pasitos a la Fred Astaire, simulando que te ponías y te sacabas un sombrero, y yo te miraba con asombro y felicidad, como quien descubre un tesoro recién hecho), y cuando llegamos a un recodo del camino me señalaste una hiedra y me dijiste “Ponete ahí”, y bajo ese sol de ámbar empezaste a tomarme algunas fotos. Todo olía a eucaliptus y a tierra, y sonó la campana que anunciaba el paso de un tren, y la tarde, dentro de mí, se hizo trizas en miles de fragmentos de sangre y hueso y hielo, y vos te acercaste, me quitaste un mechón de la cara, me dijiste “Tan linda”, y yo te miré desconcertada, como un animal encandilado y alerta —¿qué habías visto, qué habías visto?—, y me preguntaste “¿Mejor?”, y yo te dije “Sí”. Y me sentí un monstruo, un animal, un ser lleno de secretos y pájaros oscuros. Porque no era verdad. Porque, a pesar del paseo y las fotos —y el mechón de pelo y tu intento de salvarme de todas las cosas— no era verdad. Porque la gente no salva a la gente: la gente se salva sola. Y no supe si vos lo sabías."

Leila Guerriero, diario El País, 4 de marzo de 2015

miércoles, 25 de marzo de 2015

Peter Sacks y "El Proceso", de Kafka, en IvoryPress

Muchas maravillas encierra la exposición Books beyond artists organizada en IvoryPress. La primera sale a nuestro encuentro nada más entrar, los 64 cuadros que enmarcan otras tantas páginas de El Proceso, de Kafka, obra del poeta y pintor  sudafricano Peter Sacks. En una entrevista concedida al diario El País, Sacks explica que fue un viaje al desierto de Texas lo que determinó el viraje que sufrió su carrera. En vez de escribir (estaba invitado en una residencia para escritores) se dedicó a sacar fotos, pero no le convencieron al verlas impresas y comenzó a trabajar sobre ellas, emborronándolas, escribiendo sus versos sobre ellas. Más tarde fueron los versos de otros poetas escritos en diferentes soportes, hasta acabar en un lienzo.












Al regresar del desierto tejano, Sacks comenzó a mecanografiar El Proceso sobre un trozo de lino. Y ha hecho lo propio con versos de Yeats, extractos de novelas de Cioran o Primo Levi, incluso discursos de Mandela o informes de la Cruz Roja. Y trabaja con la textura, superponiendo capas de otros materiales, emborronando, tachando, recortando el texto.












El autor dice que, al reescribirlo ansía aprehender mejor las sensaciones del autor al crearlo. Luego, imagino que se dejará empapar por sus propias emociones y creará un universo complementario, más violento o más dulce, en consonancia con su mirada.












Estuve mucho rato observando esta suerte de collages, pero me faltó comprender el texto para adentrarme mejor en su propuesta. Sin embargo, el gozo estético se impuso a todo lo demás. Una hermosa colección.


martes, 24 de marzo de 2015

El francotirador, de Clint Eastwood

La guerra, cualquier aspecto de la guerra, cualquier guerra, es tan horrible, tan demencial, que no entiendo el escándalo que ha generado la última película de Clint Eastwood, El francotirador. Preguntarse a estas alturas si su protagonista es un héroe o un asesino, achacarla al conservadurismo blanco, me parece marear la perdiz sobre una cinta que, como tantas otras, narra el infierno en el que viven los soldados, como deben acostumbrarse a ese horror para sobrevivir, y el precio enorme que tienen que pagar por ello; como se ven obligados a trastocar su escala de valores para volver con vida.











El francotirador es terrorífica, como todas las películas que hablan de la guerra. No se trata aquí de discernir sobre lo lícito o ilícito de la invasión norteamericana en Irak. La cinta gira alrededor de un hombre, un francotirador, que mató a 160 personas a distancia, convencido de que así protegía a los miembros de su escuadrón. Creía cumplir con su deber, salvaba vidas. Es cierto que Eastwood no profundiza en sus sentimientos, no ahonda en los traumas y contradicciones que su misión le tuvo que acarrear, pero sí nos ofrece pistas: Kyle de vuelta a su casa, sentado ante el televisor apagado, con la mirada perdida, escuchando como retumban en su mente los sonidos de la guerra; o el momento más dramático de la película, cuando tiene bajo el objetivo a un niño que recoge del suelo un lanza misiles mayor que él y parece que va a utilizarlo. La cara de Kyle es un poema.










Bradley Cooper y Sienna Miller hacen bien su trabajo. Si os gusta el cine bélico, os gustará. Os dejo con el trailer:

lunes, 23 de marzo de 2015

Julio Llamazares, "La lentitud de los bueyes"


Hay racimos de soledad en tus manos, desposesiones más antiguas
que la sangre.

Huyen los años de tus ojos como bandadas de cometas por las plazas maduras.
(Sólo quedan los bueyes rumiando su tristeza.)

Has conocido, entre gavillas de silencio, el sabor amarillo de mis pasos,
el humo indescifrable de las brasas sin tiempo.

Nunca mi lejanía se amasó con barro, pero puse en tu boca las yemas más
quemadas y los besos más lentos. Nunca mi lejanía se espesó hasta tu cuerpo.

Como una fuente vieja, azul desde su olvido, arrinconaste el miedo
en arcas inviolables.

Ni siquiera el dolor estalla entre tus labios. Ni siquiera la antigua,

la salada tristeza de mis besos.

Joan Manuel Serrat, "Hijo De La Luz Y De La Sombra"



Patxi, para ti.

sábado, 21 de marzo de 2015

"La razón que no quiero", por Xuan Bello


Sigue atento, Amor, sigue atento: las estrellas silban aún tu tema y la luna, creciendo hasta el día trece de su menguante en marzo, ilumina los oscuros sueños. Sigue atento, no te duermas y busca, dentro de ti, no sólo razones de vida sino, sobre todo, razones para vencer a la muerte. No se puede vivir sin una raíz en la consciencia y una rama al aire de los sueños. Sigue atento mientras la música de los astros entone tu canción. Hoy aún es siempre todavía. Hay razones para la desesperanza, poderosas razones que no niego, y de repente una niña duda de su sombra en el camino, ladra un perro en la noche, le dicen a alguien, en la consulta de las luces enfermas, que no es benigno. No te duermas, Amor, no te duermas. No lo hagas nunca y rige todas las cosas, todas la medidas, todo afán. ¿No oyes esa melodía? Escúchala junto al rumor del tiempo.
La luna brilla en la noche, más llena y más baja que nunca. Me he parado a mirarla, cuando salía del bar de mi parroquia y un presentimiento me ha agitado: un dios de los nuestros, construido con el barro de nuestros sueños, podría alcanzarla. Es por eso que leo, que leo mucho y me aplico en la desordenada pasión de la belleza. Hoy a William Wadsworth, mañana quién sabe a quien. ¡Tantas veces, amor, en busca de un adjetivo me he encontrado con tu sombra que se desliza por mi vida! La luna está ahí, en su fase de plenitud, aún coronando la helada que se va yendo poco a poco. Mañana, si el Nuberu no dispone otra cosa, habrá sol, ese sol de marzo que ya aprende a ser paciente y se demora en las esquinas de las terrazas sobre las piernas esbeltas de la primavera a punto de nacer.
Mientras tanto llega y no, Amor, yo también escucho mis canciones. Bob Dylan ahora, a Manolo García hace apenas un rato. ¿Te he dicho que todas las canciones que me gustan hablan de ella? Lo han hecho desde siempre, antes incluso de haberla conocido. Lo harán después para siempre ya que, como bien se dijo, sólo una cosa no hay: el olvido. Noches de luna llena y días de sol. ¿Qué más se puede pedir? Salgan a la calle, mis lectores, salgan a la vida que se ilumina de manera tan contradictoria. Y a los que no puedan salir, por lo que sea, que alguien les traiga un ramín minúsculo de margaritas. La vida duele, claro que duele. Es el único sitio donde podemos ser felices.
A la vida le pediremos, cuando menos, otro tanto y más. Necesitamos tu ayuda, Amor. No te conformes. Sé insaciable y voraz como eres por naturaleza: reparte justicia y armonía, dilata los instantes de manera que parezcan días y los días con tal industria que parezcan siglos. No permitas el desasosiego perpetuo, haz que se abran en el alma rendijas de luz certera por las que atisbar cómo huye, y se queda, la eternidad. No dejes caer en la desesperación a quien ama y, si cae en la desgracia, cúbrelo de atenciones.
Pepín el de Tuenda, el flautista de Muñalén, me lo decía un día:
–Lo que-y falta a Asturies ye amor, munchu amor – y yo pensaba revolviendo el café del recuerdo: «Y a España, Pepín, y al mundu enteru».

Háganme un favor: salgan a disfrutar del sol breve y, antes del trece de marzo, miren de noche, sobre el mar de los sueños, la luna desde su ventana. Aunque no me den la razón, que no la quiero, me entenderán.

viernes, 20 de marzo de 2015

En el Día del Padre

Felicito a mi padre y me mira con sus ojos azules fijos en los míos, con esa expresión de extrañeza que se va suavizando conforme pasan los minutos y se acostumbra a mi voz, a mi sonrisa. Se le va relajando la cara, y ya aprendí a adivinar ese imperceptible gesto de la cabeza con el que me invita a acercarme para besarme, muchos besos, muchos besos. A veces levanta un brazo y con dos dedos me pellizca la mejilla, o el cuello justo bajo la barbilla, y en ocasiones sonríe levemente, su sonrisa de siempre, solo con la mitad de la boca.
Me siento cerca y vemos la televisión cogidos de la mano. De vez en cuando vuelve a mirarme, vuelve su extrañeza hasta que quiero pensar que recuerda mi voz, o mi olor, y se suaviza la arruga del entrecejo.
Luego paseamos por el pasillo, cogidos de la mano, y de cuando en cuando nos paramos, y nos abrazamos fuerte, y me aprieta contra él, y me besa, me besa, me besa. Le acaricio la cabeza, y la cara. Quiero tocarle todo el tiempo, mirarle todo el tiempo. Camina muy despacio, pero conoce su casa y se dirige hacia las ventanas para mirar la calle, hacia las mismas fotos que señala con renovada sorpresa. Si tropieza con su imagen en el espejo del baño, no se reconoce.
Quiero pensar que vive tranquilo y seguro, rodeado de tanto amor. Me gusta darle de comer, ayudarle a lavarse los dientes, acompañarle en sus paseos. Besarle las manos.
Felicidades, padre. Y gracias.

Garry Winogrand, Nueva York en su cámara

Coinciden los preparativos de mi próximo viaje a Nueva York con la exposición en Madrid de la obra del fotógrafo norteamericano Garry Winogrand, organizada por la Fundación Mapfre en la Sala Bárbara de Braganza. Una muestra perfecta para ir abriendo boca, porque Nueva York protagoniza la mayor parte de su trabajo. "La ciudad es un gran teatro en el que continuamente se representan dramas espontáneos y preparados, cómicos y trágicos", sostenía Winogrand.










Me ha fascinado la exposición. "A veces siento como si el mundo fuese un lugar para el que he comprado una entrada. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si nada fuera a suceder a menos que yo estuviera allí con mi cámara". Ahí está el quid de la cuestión. A nuestro alrededor se suceden acontecimientos banales: una mujer sonríe, una pareja se besa, un niño se agacha a recoger una moneda, alguien mira al cielo... y pasan ante nuestros ojos sin pena ni gloria. Pero todos estos hechos cotidianos e insignificantes resultan sustanciales para Winogrand y, al captarlos, los llena de significado. Siempre la mirada del artista.











"Él insuflaba en lo cotidiano una mezcla de novedad y extrañeza, de entusiasmo y desesperación". Nace en el Bronx neoyorquino en 1928, muy pronto se traslada a Manhattan y retrata incansable la vida en la ciudad. En esta muestra podemos ver más de 200 obras, y se articula a través de tres secciones: Bajando desde el Bronx, Un estudiante en Norteamérica y Auge y crisis.












Las fotografías que más me han interesado corresponden a la primera parte, la que recoge imágenes captadas en Nueva York desde 1950 hasta 1971, realizadas entre los almacenes Macy's y Central Park. No hace falta deciros como me excita la idea de volver a recorrer esas calles con las imágenes de Winogrand en la mente, cámara en ristre.  De ilusión también se vive.



Con motivo de la exposición, la Fundación Mapfre ha editado un catálogo espléndido. Si tenéis ocasión, no perdáis la oportunidad de disfrutarla.


jueves, 19 de marzo de 2015

"Siempre Alice": Inolvidable Julianne Moore

He visto Siempre Alice. Quizá no tenía que haberlo hecho, ya que trata sobre el alzheimer, esa enfermedad devastadora que vivo tan de cerca y que me produce un dolor hondo y constante, factor común de todo cuanto vivo. Pero justo por eso, porque me compete, quise verla con la distancia que da saber que contemplas una obra de ficción, como algo ajeno, en la persona de la oscarizada Julianne Moore. La he visto con el corazón en la garganta, sonriendo en algunos momentos, rememorando escenas similares vividas en el seno de mi familia, llorando en otros. Es una película tristísima que en ningún momento cae en el melodrama, veraz y contenida, excelentemente interpretada por Julianne Moore y por el convincente Alec Baldwin, muy bien dirigida por Richard Glatzer y Wash Westmoreland.











Si tenéis la suerte de no sufrir el alzheimer de alguien querido, no dejéis de verla, os hará entender muchas cosas sobre la identidad y el derecho a elegir cuando poner punto final. Si estáis en mi situación, no sé qué deciros. Yo estoy desolada.











Os dejo con el trailer:

miércoles, 18 de marzo de 2015

martes, 17 de marzo de 2015

Alvin Langdon Coburn, el nacimiento del Modernismo

La Fundación Mapfre ha montado en la calle Bárbara de Braganza una sala dedicada a exposiciones de fotografía, donde hace algún tiempo descubrí la obra de este artista americano que hoy os traigo y que por alguna razón se me ha ido quedando en el tintero. Aunque su exposición ya haya sido clausurada (desde finales de febrero cuelga la obra de Garry Winogrand, que aún no he podido visitar) no quiero dejar de compartirla con vosotros.















Considerado como el primer fotógrafo modernista y abstracto, comenzó a hacer fotografías a los ocho años, y ya en 1909 y 1910 obtenía imágenes futuristas de Nueva York y Pittsburgh. Me fascinan sus imágenes fracturadas, sus vistas casi aéreas, que emplearía el modernismo posterior. Y me resultan muy sugerentes las fotografías que tomó durante su estancia en Londres, donde se trasladó a vivir con su madre en 1900, fijando allí su residencia durante los nueve años siguientes. A ese período pertenece la fotografía con la que abro, Regent's Canal, o El Puente de la Torre, abajo a la derecha. Me gusta especialmente la composición de la que veis sobre estas líneas, a la derecha.  















También me impresionaron sus retratos. Os traigo dos como botón de muestra: un Autorretrato con veintitrés años, de 1905, y el retrato que realizó a August Rodin, un año después. Langdon Coburn mantuvo una estrecha relación con varios de los más importantes artistas e intelectuales de su época. Trabajó junto a Henry James en las ilustraciones de la edición de sus novelas; James le encargó la realización de los llamados Frontispicios Coburn, las imágenes que ilustrarían las portadas de cada tomo de sus Obras Completas. Por carta le dio instrucciones precisas de los lugares exactos de Europa que debía localizar y fotografiar.















Y cierro con una magnífica fotografía, El pulpo. Madison Square Park, de 1909.