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miércoles, 3 de noviembre de 2010

Dostoievski: «La mediocridad casi siempre suele ser asustadiza»


¿Por qué muchas verdades actuales expresadas en un tono algo patético enseguida parecen perogrulladas? ¿Por qué en nuestro siglo para expresar la verdad se siente la necesidad, cada vez más imperiosa, de recurrir al humor, a la sátira, a la ironía, de endulzar con todo eso la verdad como si fuera un píldora amarga, de mostrar sus convicciones en público con cierto aire de altiva indiferencia hacia ellas, hasta con cierta falta de respeto, en una palabra, con cierta concesión infame?

Antes, por ejemplo, las palabras «no entiendo nada» suponían la torpeza de quien las decía. En cambio, ahora representan un honor. Basta decir con toda franqueza y sin ufanarse «no entiendo de religión, no entiendo nada de Rusia, no entiendo nada de arte» para que enseguida usted mismo se sitúe a una extraordinaria altura. Esto es muy ventajoso cuando, efectivamente, usted no entiende nada. Pero este método simplificado no demuestra nada. En realidad aquí cada uno sospecha que los demás son tontos, sin pararnos a pensar ni preguntarnos: « ¿No seré yo el tonto?».

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Sí, eso de pensar en nuestros tiempos es casi imposible: cuesta demasiado. A decir verdad, se pueden comprar también las ideas ya hechas. Las venden en todas partes y hasta las dan gratis; sólo que las que dan gratis resultan más caras y la gente empieza ya a advertirlo.

Reproduzco dos pequeños fragmentos de Diario de un escritor, de Dostoievski, en edición de Paul Viejo, que estos días verá la luz, recogidos por el diario ABC el 30 de Octubre. Un libro que se anuncia imprescindible para conocer mejor las ideas, inquietudes y personalidad del genio ruso, así como la vida del San Petersburgo del siglo XIX.

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