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viernes, 14 de octubre de 2011

Inolvidable "Elektra", de Richard Strauss, en el Teatro Real


Agamenón acaba de morir a manos de su mujer, Clitemnestra y del amante de esta, Egisto. La conmoción reina en palacio, se palpa la tensión entre los partidarios de la reina y los leales al rey asesinado. El ambiente es opresivo, irrespirable. Mientras Orestes, su único hijo varón, se encuentra ausente, sus dos hijas, Elektra y Crisótemis reaccionan ante la tragedia antitéticamente. La segunda se agarra a la vida, a su esperanza de amor y de alegría, mientras Elektra se entrega al odio y al afán de venganza. Enfrentada a su madre, esta la echa de palacio y la obliga a malvivir en las cuadras, entre los animales.

Cuando se levanta el telón y comienza la ópera Elektra, cuando suenan apabullantes los primeros acordes de Richard Strauss, no exagero si os digo que se me erizó el vello. Volví a sentirme en Micenas, en las ruinas del palacio de Agamenón y Clitemnestra, en aquel atardecer inolvidable, perdida entre las colinas cuajadas de olivos del Peloponeso. Allí nació la tragedia griega, la misma que comenzaba ante mis ojos en el Teatro Real a través de la música de Strauss. Lo que veía no era un bello palacio, como sin duda fue, sino una cárcel, uno sucesión de nichos, un espacio desnudo, opresivo y brutal: el paisaje del corazón de Elektra. Y cuando Christine Goerke comenzó a cantar, a odiar, a sufrir, a clamar venganza, a desesperarse ante el auditorio me quedé sin aliento. No puedo imaginar una Elektra mejor, más brutalmente conmovedora.

Magnífica la orquesta del Teatro Real que sonó poderosa, sutil, exacta; magnífico el trabajo de su director, Semyon Bychkov; magnífica la interpretación de Elektra de Christine Goecke. Os dejo un apunte.

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