"Los codos se los herían en los diamantes tallados y cuando
embocaron un tramo de túnel de paredes lisas -solo piedra labrada y arcos de
ladrillo- cesó aquella laceración. Doblaron el recodo del canal y una
turbulencia del aire los barrió de la almadía y los lanzó a la corriente
impetuosa. Algunos que no sabían nadar desaparecieron en el agua espumeante en
cosa de segundos. Solo Simbad permanecía firme sobre los troncos y al ver
boquear a algunos compañeros ya sin fuerzas para salvarse, los golpeaba en la
cabeza con un remo o se la pisaba hasta ahogarlos.
Después de sortear unos escollos, la balsa penetró en un
pasadizo cuyas paredes verdeaban de musgos, helechos y vetas de esmeralda. De
lo alto, por un ojal de la roca, se filtraba una luz lechosa y mortecina . Y
así desembocó en una playa rodeada al norte por cantiles de basalto y bosques
de araucarias. De la arena cristalina asomaban a trechos osamentas de cetáceos
y los espinazos gigantescos de peces abisales. Sobre el horizonte marino un
arco iris daba color a la pizarra del cielo.
La sombra de un pájaro inmenso se abatió sobre la playa y
Simbad se sintió asido por unas garras que se le clavaban en la espalda. En
segundos vio bajo sus pies la tierra alejándose y un mar terso que fulgía bajo
los rayos del sol poniente. Y así voló colgando de la túnica durante un buen
rato hasta que el ave de presa se posó en la cima de un risco puntiagudo y lo
depositó blandamente en un nido trenzado de espinos y retamas, en cuyo fondo relucían
dos enormes huevos blancos jaspeados de estrías grises.
Simbad, exhausto, se confió al sueño hasta que un crujido le
hizo despertar con sobresalto: el cascarón de los huevos se había resquebrado y
los horrendos pollos se debatían por liberarse de aquella prisión calcárea.
Primero una garra amarillenta, luego un alerón implume y por fin la gran
cabeza, sobre la que se desplegaba erecta una cresta dentada de color carmesí.
Al poco, las dos crías recién nacidas parpadeaban a la luz del primer sol. El más
cercano a Simbad comenzó a picotearle el turbante mientras le sujetaba los pies
con las garras de uñas afiladas.
Una sombra se cernió entonces sobre el nido: el ave
monstruosa regresaba con el cadáver de una cría de camello, que introdujo en
las fauces de uno de los pollos. Prendió a Simbad por la túnica y lo elevó
sobre la cabeza de la otra criatura que se aprestaba a engullirlo abriendo el
pico desmesuradamente. Fue entonces cuando una flecha atravesó el cuello del
glotón: el arquero subido a una alfombra de colores rutilantes y fleco dorado
había disparado la saeta. Una segunda ensartó la cabeza del pollo que restaba
vivo y, aproximándose más a la bestial madre, la decapitó de un diestro golpe
de alfanje.
Trepó Simbad por una escala de bramante y volaron ambos
hacia el sur, camino de Basora.
Hoy, es un hacendado que posee uno de los palacios más
suntuosos de la ciudad, pues los diamantes que logró guardar en una bolsa
oculta debajo del vestido fueron suficientes para hacer de él un hombre rico,
que apareja ya un bergantín en el que navegar hasta tierras del Indo, ricas en
especias y marfil, y en sedas de sutileza incomparable."
Un amigo querido, visitante asiduo de Mi casa, me envía este cuento, una recreación del clásico protagonizado por Simbad, un regalo que quiero compartir con vosotros.
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