El día 1 de mayo aterricé aquí, al norte de Vietnam, en Hanoi. En otro mundo. Treinta y tantos grados de temperatura, 90% de humedad. Huele dulce y caliente: a fruta muy madura, a orquideas, mimosas, jazmines, a tierra fertil. La gente nos sonrie al pasar, inclinan la cabeza al saludarnos. Hablan alto, con su surtido de monosilabos encadenados, a pequeños ladridos. Un mundo bullicioso y abigarrado, un caos funcionando en armonía. La belleza exquisita y sutil de jardines y pagodas rodeada de basura, polución y el sonido ensordecedor de las bocinas. La vida, en un desorden total, se afana bajo la mirada sabia y compasiva de Buda.
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