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lunes, 30 de julio de 2012

Evaristo Valle: pintar mi tierra


"Yo iba a pintar. Pero al llegar allí bien puedo decir que la naturaleza me emborrachó. Los paisajes jugaban con mis ojos al alimón. con tanta fuerza y con tanta belleza se me presentaban uno tras otro, que ya mareado de ver, cerré los ojos y, en vez de pintar en el lienzo, pinté en la imaginación. ¡Oh qué cuadros estos míos! ¿No llegará un día en que se puedan hacer visibles los maravillosos sueños que ni por asomo alcanzan a expresar el pincel y la pluma?", dejó escrito el pintor asturiano Evaristo Valle, de cuyo museo en Gijón os hablaba en una entrada anterior. Se refería entonces a cuando era niño e iba a pintar a Lloreda, pequeña localidad asturiana, con su caja de colores.














Tengo una relación afectiva con la obra de Evaristo Valle porque me crié viendo sus lienzos en casa de mis abuelos. Recuerdo cuanto me impresionaban sus mascaradas, esos rostros toscos, a veces con un punto de envilecimiento. Valle no pintaba un mundo idílico, no se complacía en el mundo rural disfrazando su rudeza. Sin embargo aprendí a mirar a través de sus cuadros y la brutalidad de su belleza.












Todo me fascina en su pintura, pero si algo ha perdurado a lo largo de los años en mi recuerdo han sido su genialidad a la hora de pintar la tierra asturiana. En sus paisajes brillan los prados, húmedos y melancólicos, y parecen desprender una luz interior que reconoces cuando viajas por mi tierra. Incluso bajo los cielos plomizos, que él capta magistralmente, la luz parece palpitar bajo la hierba.













Aunque el Museo de Bellas Artes de Oviedo alberga algunos espléndidos óleos de Valle, he disfrutado especialmente en mi visita a su casa natal, hoy sede del Museo que lleva su nombre, en Gijón. Atesora muchas maravillas.

2 comentarios:

  1. Gracias por descubrirmelo, son todos preciosos, con un colorido muy personal y unos personajes que a veces recuerdan a Goya. Un abrazo.

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  2. Estoy de acuerdo, sigue la estela de Goya, pero me da la impresión de que la mirada de Goya es más descarnada, menos conmiserativa, su sarcasmo es brutal, mientras que Valle tiene un punto más juguetón, más tierno. Esta primavera tuve la oportunidad de ver en el Museo de Bellas Artes de Bilbao la serie completa de los Caprichos y salí descompuesta. Lo de Goya es mucho, hay que tomarlo en pequeñas "diócesis". Un abrazo

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