"En medio de una notable ignorancia social y de una absoluta
indiferencia política España está arruinando, de nuevo, las posibilidades de
construir una comunidad moderna y culta. Cada vez es más evidente que el
desastre puede comprometer el futuro a lo largo de décadas, sino de todo el
siglo XXI. Me refiero al progresivo deterioro de la cultura y al drástico
abandono de programas de investigación científica que tienen su encarnación más
evidente en el éxodo de decenas de miles de graduados universitarios. Lo que
está en marcha es una auténtica contrarreforma, la última de las que han
impedido el acceso a una sociedad con arraigo ilustrado.
Sin embargo, esta nueva contrarreforma, quizá por ingenuos,
nos ha sorprendido a muchos de los que pensábamos, hace unos lustros, que, por
fin, España avanzaba por la senda de una mentalidad moderna. Aunque aparenten
ser muy lejanos no lo son tanto los años en que parecían encauzarse poderosas
energías en esta dirección. Pese a las servidumbres políticas de la Transición,
no hay duda de que la primera etapa democrática se vio impulsada por las
tendencias hegemónicas en la cultura antifranquista, de manera que el modelo
que se dibujaba para la nueva España se sustentaba en criterios modernos,
laicos, ilustrados, federales y, pese a la aceptación obligada —o casi— de la
Monarquía, republicanos. Durante una veintena de años, hasta mediados de los
noventa, aquel modelo implicó las complicidades suficientemente fuertes y
eficaces como para que, si gustan estas denominaciones, se pueda hablar de una
Generación de la Democracia, con una acentuada excelencia en el terreno de la
creación y el pensamiento —homologable a lo que en aquellos momentos se
realizaba en Europa— y un reforzamiento sin precedentes de la investigación
científica.
Muchos de los científicos que ahora dejan las universidades
españolas emprendieron entonces el camino opuesto para fomentar aquí centros
prometedores, que dieron frutos notables en los años inmediatos. Con el cambio
de siglo y las nuevas condiciones políticas aquel juego de complicidades
intelectuales, procedente de la cultura antifranquista, fue debilitándose
progresivamente, hasta el punto de que el ideal ilustrado dejó de estar en el
centro del tablero. Los años de la opulencia especulativa no llevaron, para
nada, aparejados, años de opulencia cultural. Finalizados aquéllos, e
instalados en la hipócritamente llamada austeridad, se pusieron en marcha los
mecanismos del desmantelamiento científico y del desprecio por la cultura.
Aquella nueva España democrática —laica, moderna, ilustrada— era arrojada al
desván de las ilusiones perdidas mientras ocupaban el escenario una debilitada
dignidad escéptica y un cada vez más vociferante coro contrarreformista. Es, y
ojalá me equivoque, una contrarreforma en toda regla, sucesora y consecuencia,
al menos en parte, de otras contrarreformas que jalonan la historia de España,
y con las que somos poco dados a confrontarnos críticamente."
(Sigue)
Merece la pena leer el artículo completo, firmado por Rafael Argullol y publicado el 10 de mayo por el diario El País.
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