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viernes, 11 de mayo de 2012

Las Caldas


Uno de los mayores encantos de mi tierra es que, a los pocos minutos de abandonar una ciudad, digamos Oviedo, te encuentras inmerso en otro mundo, sin rastro de urbanitas. La tierra, su silencio, sus aromas, sus perfiles. Esta cualidad se extrema cuando cada valle representa un microcosmos, un paisaje singular, diferente al que hallarás al superar la siguiente curva y acceder al valle vecino. Cuando las comunicaciones no eran lo que hoy, y el camino se hacía a caballo o en burro, lo más en carro por las caleyas, y salir del valle era una aventura, y cuantos vecinos nacían y morían en el suyo sin conocer aquel del que les separaba un monte, cuanto más imposible acceder a la costa y ver el mar, Asturias desarrolló una riqueza cultural distintiva de cada rincón, un carácter. 


 










Desde mi casa, en Oviedo, veo la ladera nevada del Aramo, al fondo, y la dulzura de los prados en la falda del Naranco. Pero necesito hundir mis pies en la tierra. Las Caldas es un pueblo muy cercano a Oviedo al que he venido con una u otra excusa docenas de veces. Un lugar lleno de recuerdos, donde he vivido  momentos mágicos imposibles de olvidar.













El pueblo es una delicia: unas cuantas casas en la plaza, algunas otras en la carretera, casas de labor por las caleyas y algunos chalets espantosos de ovetenses (odio estas construcciones horteras que destruyen el paisaje; creo que saliendo de las ciudades lo único admisible son casas de estilo asturiano), gracias a Dios los menos. Y dos peculiaridades: un balneario de 1776, que os muestro en las fotos, y un castillo del que os hablaré más adelante.












Hoy este balneario de aguas termales es un hotel de cinco estrellas, pero hasta hace relativamente poco era un lugar romántico y decadente, semiabandonado, que le daba al pueblo un aire señorial y nostálgico que me encantaba. No quiero decir con eso que no me alegre de que haya sido restaurado y reutilizado; imagino que beneficiará al pueblo y evitará su deterioro pero, para mí, ha perdido parte de su magia.













Los jardines se extienden por la parte posterior del edificio, un lugar delicioso por el que pasear. Bien merecen otra entrada.





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