Me maravillaba de su dura suavidad, de esa sombría abnegación que comprometía su entero ser. Y sin embargo aquella sumisión no era ciega; los párpados, tantas veces bajados en señal de aquiescencia o de ensueño, volvían a alzarse, los ojos más atentos del mundo me miraban en la cara, me sentía juzgado. Pero lo era como lo es un dios por uno de sus fieles; mi severidad, mis accesos de desconfianza (pues los tuve más tarde), eran paciente, gravemente aceptados. Solo una vez he sido amo absoluto; y lo fui de un solo ser."
Por alguna razón de repente me han venido a la memoria los amores de Antinoo y el emperador Adriano, y los maravillosos retratos del joven que descubrí en varios museos, durante un inolvidable viaje a Grecia que me llevó por muchos de los enclaves míticos del país: Micenas, Corfú, Delfos, Delos, Olimpia, Meteora, Atenas... He husmeado en mi biblioteca y encontrado mi ejemplar de las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y entre muchos subrayados y esquinas dobladas hallé el momento en que el emperador conoce al que sería el amor de su vida, un texto bellísimo que no he podido resistir la tentación de compartir con vosotros.
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