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sábado, 10 de marzo de 2012

Algo más sobre "El Hermitage en el Prado"


Este cuadro con el que abro, la Composición VI de Kandinsky, me ha maravillado. No es fácil expresar la conmoción que encontrarte de repente ante un cuadro así puede producir. Esta belleza de cuadro lo tiene todo. Está considerada la obra más significativa de Kandinsky, realizada justo antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. El planteamiento inicial del pintor fue plasmar el Diluvio Universal, y las formas hacían referencia al Arca de Noé, a animales, plantas, tormentas. Pero durante la ejecución estas formas iniciales sufrieron un proceso de abstracción, convirtiéndose en un paisaje espiritual. El propio autor habla de "la llamada de vibraciones espirituales", de "ideas puramente estéticas". Composición VI se convirtió en un manifiesto del nuevo arte abstracto.

Sigo hablándoos de la exposición El Hermitage en el Prado, de la que ya os conté en entradas anteriores. Pero son tantas las obras excepcionales de las que podemos disfrutar en la muestra que no me resisto a traeros alguna más, como esta Conversación de Henri Matisse, un cuadro potentísimo que en su idea revolucionó el mundo de la pintura al poner de manifiesto la imponente fuerza expresiva que un solo color podía aportar. Ese azul delimita el mundo en el que viven los personajes, simboliza su intimidad, la del propio artista y su mujer, Amélie, en su casa de campo en Issy-les-Moulineaux.

Otro Matisse extraordinario, Juego de bolas, un cuadro que, como otros de este pintor, siempre me dio la impresión de guardar un significado oculto, un misterio. En principio el tema no puede ser más inocente, tres personas jugando con unas bolas, pero hay algo en ellos de ceremonial, como si fueran sacerdotes en pleno ritual, un cierto aire oriental.


















Leo en la ficha que acompaña cada cuadro que en Muchacha vestida de negro se adivina la influencia de los Retratos de El Fayum. André Derain era gran coleccionista de arte africano, y a buen seguro conocía perfectamente los espléndidos retratos que yo he podido contemplar no hace mucho tiempo en el Museo Arqueológico de Madrid, y de los que entonces os hablé. Como los tengo frescos en la memoria compruebo que, efectivamente, el rostro de la niña comparte ese algo solemne y hierático de los retratos. Una pobre niña aplastada por todo el espacio sobre su cabeza, ahogada en tamaño cuello de encaje, posando resignada. Y a la derecha, de Kees van Dongen, Mujer con sombrero negro, un cuadro precioso que más que un retrato es el arquetipo de la mujer fatal, con ese enorme sombrero negro contrastando con la capa verde, los labios pintados, el colorete, las cejas delineadas y los grandes ojos.


Y cierro con un cuadro impactante, Cuadrado negro, de Kazimir Malévich, quizá el cuadro más famoso del pintor. En él quiso plasmar el cero absoluto, el principio y el fin de todas las cosas, la "impenetrable imagen de Dios". Con este cuadro nacía el suprematismo.

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