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martes, 20 de julio de 2010

Kenya 2oo6



2006. África. No conozco Senegal, de donde es Ismael Lô. Conozco Kenya. Inolvidable Kenya. La llamada de África. Recuerdo su olor, único, el olor de la tierra sin contaminar, intenso y dulce. Su cielo transparente, los atardeceres con la luz estallando en color, los amaneceres de Amboseli con su luz rosada tiñéndolo todo y el Kilimanjaro portentoso, tan cerca.

El viaje comenzó y concluyó en Nairobi. La ciudad no tiene demasiado interés, excepto que ya se ha extendido por las colinas de Ngong, donde Isak Dinesen tenía la granja que inmortalizó en sus Memorias de África, entonces distante 15 km de la capital keniata. Tierra de kikuyus.

El Mount Kenya. Y, a sus pies, el fascinante hotel del mismo nombre que sobrevive desde los años 30, con fotos de la escritora y de Denys Finch Hatton, el aventurero del que se enamoró y que murió en un accidente de avioneta el mismo día en que la escritora volvía a Dinamarca. Recuerdo aquellas fotografías en blanco y negro, en el hall del hotel. Escenas de safaris de caza. Creo recordar que, por los años 40, el hotel pertenecía al actor Joseph Cotten, y era muy visitado por intelectuales y actores.

El safari comenzó en Samburu, al norte de Kenya. Nunca pensé que ver a los animales en libertad pudiera fascinarme tanto. Te sientes allí, en medio de la naturaleza, sin más sonidos que los de la naturaleza, en un paisaje hermosísimo, rodeada de animales y sientes que ese es tu sitio. Te embarga una sensación de paz, de plenitud. Africa es dura, y dulce.




En las aldeas samburu, como después en las masais, los niños vienen corriendo a colgarse de las faldas, te agarran de las manos y tiran de ti para llevarte a jugar, mientras las madres observan sonrientes. Corretean descalzos entre cabras. Los samburu son guapos, como lo son también los masais. Pueblos guerreros, conservan una dignidad y una arrogancia muy atractiva.


Por la carretera, rumbo a los lagos Nakuru y Naivasha, atravesamos aldeas que no tienen ningún parecido a las samburu, pueblos que crecen a ambos lados y que más parecen los suburbios de una ciudad: tendejones de uralita, polvo, miseria. Como contraste, de repente, caminando por el polvoriento arcén, una fila de niños y niñas con sus uniformes del colegio, camisas blancas y faldas azul cielo, las cabezas de las niñas llenas de lazos azules entre los rizos ensortijados. Saludan con la mano, todo sonrisas.

El lago Nakuru, cubierto por flamencos rosa, es una visión inolvidable. Luego, el Naivasha y el Masai Mara, quizá el parque nacional más espectacular. Su belleza natural es enorme. Aquí pudimos ver y fotografiar a los llamados "cinco grandes": elefantes, leones, leopardos, búfalos y rinocerontes. Recuerdo las inmensas manadas de ñus, en aquel momento emigrando a la vecina Tanzania. Recuerdo el río Mara, en sus orillas, como enormes troncos de árbol, varios cocodrilos dormitando al sol, rodeados de osamentas de aquellos pobres ñus que cayeron en su intento de cruzar el río. Recuerdo a varias leonas jóvenes cazando un ñu y luego, inmovilizado, pretender jugar con él mientras este moría lentamente. Jugaban, pero cuando la pobre víctima intentaba levantarse, quedaba atrapada en las fauces de las leonas, colgadas de su cuello. Un espectáculo fascinante, sin un ápice de crueldad. Pura supervivencia.













Las casas donde viven los masais, como los samburu, están construidas por las mujeres. Sobre ellas descansa el mayor volumen de trabajo. Ellos, guerreros, se dedican fundamentalmente al pastoreo y a defender la aldea del improbable ataque de los animales. Las chozas estan construidas con una masa seca de heces de vaca mezclada con paja y pequeños palos. El olor y las moscas hacen que la visita al interior no sea muy agradable. Les regalamos balones de futbol y recuerdo a los masais, tal como los veis en las fotografías, regateando y realizando pases de cabeza. Al menos, chocante.

Después Amboseli, con su maravillosa visión del Kilimanjaro, y Tsavo. Una tierra que se agarró a mi corazón.Un sueño, volver a África.


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