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viernes, 18 de enero de 2013

Mallarmé y Bores en el Círculo de Bellas Artes

En 1943 el pintor español Francisco Bores recibió de E. Tériade, creador de ediciones Verve, el encargo de ilustrar el poema de Stéphane Mallarmé L'Après-midi d'un faune (La siesta del fauno) para su edición como libro de artista. Con este fin realizó más de doscientos dibujos y bocetos, pero el libro nunca llegó a editarse. El Círculo de Bellas Artes expone una muestra de estos trabajos, un conjunto  de preciosos dibujos acompañados de los versos a los que debían ilustrar.














"Más allá de la suave vaciedad desprendida de sus labios/ de ese beso que calladamente las delata en su perfidia/ mi corazón, aunque sin pruebas, da fe/ de la misteriosa dentellada de una boca augusta.
(...)
¡Pero basta! El arcano eligió por confidente/ a la gruesa, doble caña tañida bajo el inmenso azul/ que, advirtiendo la turbación de mi rostro/ sueña, en un largo solo musical/ que atraemos a la belleza con falsedad, confundiéndola/ en la inocencia de nuestro cántico/ y que, con tanta altura como la pasión sentida/ una vana y monótona sonoridad emana/ de mi sueño carnal, de la espalda y del delicado perfil/ que yo veo con los ojos cerrados.
(...)
Mis ojos, atravesando juncos, se prendían/ en cuellos inmortales que aliviaban su ardor en las aguas/ y hendían con penetrantes gritos/ la culminación celeste de los bosques./ El esplendor de los bañados cabellos se desvanecía/ / en claridades temblorosas, ¡oh pedrería refulgente!


Me acerqué y de pronto a mis pies, entrelazadas/ azarosamente reunidas por sus brazos/, vi a las durmientes/ lánguidamente heridas por el doloroso placer de ser dos y no una./ Y las rapté sin separarlas. Volamos/ a un macizo de rosas que, desdeñadas por la indiferencia de la sombra/ entregaban su perfume al sol allí, donde/ nuestro retozo se hiciera semejante a la plenitud del crepúsculo.












Yo adoro el furor de las vírgenes, la salvaje delicia/ de la desnuda y divina carga que, incorporándose/ al temblor de un relámpago, huye/ hurta a mis encendidos y sedientos labios/ el temor secreto de la carne.Así es/ desde los pies de la más cruel hasta el corazón de la más tímida/ a la que ya abandona su inocencia, húmeda/ de enloquecidas lágrimas, o, quizá, a causa/ de otras emanaciones menos tristes.












Feliz por haber vencido falsos temores, mi crimen no fue otro/ que romper el enmarañado manojo de los besos/ que los dioses mantenían apretadamente urdido./ Cuando me disponía a ocultar mi hirviente gozo/ bajo los graciosos pliegues de la primera y más cruel/ (acariciando con un solo dedo a la otra, a la pequeña, ingenua/ y ajena al rubor; a fin de que su inocente blancura/ se tiñese de la encendida pasión de su hermana)/ mi amorosa presa, infinitamente ingrata/ abandonó mis brazos debilitados por el tempestuoso tránsito/ sin apiadarse de mi aún sollozante ebriedad."

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