En 1834 Listz compone la primera de sus Armonías poéticas y religiosas, la llamada Pensamiento de los muertos. Se trata de un conjunto de diez piezas a las que el compositor traslada sus inquietudes religiosas, su extremada espiritualidad salpicada de dudas y crisis de fe, que le llevaría a tomar los hábitos en 1865. Paradójicamente se las dedica a la que fue durante años su amante, la princesa Carolyne Sayn-Wittgenstein.
Hasta que hace unos días la escuché en el Auditorio, no conocía su existencia. Según los críticos las Armonías poseen una calidad desigual, aunque a mi esta Pensamiento de los muertos me ha parecido maravillosa. A veces sombría, en ocasiones dulcemente triste, otras de un lirismo emocionante, cerré los ojos y me dejé mecer.
El concierto estuvo protagonizado por el pianista noruego Leif Ove Andsnes, que nos ofreció un programa muy atractivo, aunque yo no logré centrarme hasta la segunda parte, cuando comenzaron a sonar las notas de Listz. Sobrevolé la Sonata nº 22 de Beethoven sin enterarme de nada; la Suite op. 14 de Bela Bartok me desconcertó y para cuando comenzó la Sonata nº 28 de Beethoven mis piernas me pedían a gritos salir a estirarse. A veces me ocurren estas cosas. Tras el descanso, el descubrimiento del Pensamiento y dos piezas deliciosas, el Nocturno en Do menor y la Balada nº4 en Fa menor de Chopin. Cualquier cosa de Chopin se agradece siempre. Así que os dejo con la Balada nº 4, interpretada por Zimerman.
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