En octubre de 2010, recién llegado Gerard Mortier al Teatro Real, la soprano alemana Angela Denoke nos ofrecía un recital de canciones de los años 20 y 30, en un espectáculo titulado De Babelsberg. Quiso la cantante que Mortier la acompañara en el escenario y, con su incipiente y balbuceante español (un detalle de la exquisita personalidad del director, esforzarse en aprender español en cuanto se instaló en Madrid), introdujese sus canciones. Entonces viví uno de los momentos más bochornosos que recuerdo haber sufrido en mi vida, cuando parte del público comenzó a increparle y abuchearle, ridiculizando su acento, imagino que patentizando su rechazo al programa con el que iniciaba el proceso de colocar al Teatro Real en el circuito operístico mundial. Porque eso es lo que hizo Mortier, traernos lo mejor, abrir de par en par las ventanas del Real para que, el aire puro se llevara tanta atmósfera enmohecida. Nuevas lecturas para óperas clásicas, apuestas por compositores contemporáneos, conjugar distintas disciplinas sobre el escenario (el cine, el videoarte, el pop) que, si son de calidad, no hacen sino enriquecer el espectáculo. Porque la ópera es el espectáculo total. Gracias a él pudimos disfrutar de Michael Haneke, Anselm Kiefer, Peter Sellars, Bob Wilson o Bill Viola. Montajes extraordinarios. El San Francisco de Asís, de Sellars, ha sido uno de los espectáculos más maravillosos que recuerdo. Pero han sido tantos... La Vida y muerte de Marina Abramóvic, La clemenza di Tito, Wozeck...
Peter Sellars escribe una preciosa semblanza en el diario El País que comienza así: "Gerard Mortier fue un impulsivo visionario de la ópera, que transformó este arte no por un montaje en concreto o un repertorio, sino por una actitud. Dondequiera que estuviera y fuera aquello que hiciese, sabías que sería emocionante. Su sello era garantía de retos, de compromiso, de placer, y de esa clase de aventura alimentada y hecha posible por una profunda convicción y un hondo conocimiento".
Gerard Mortier ha muerto, y yo lo he sentido como si se tratara de alguien muy cercano. A él le debo mucha felicidad, y siempre le estaré agradecida. Ojalá no se eche a perder su legado. Ha sido un lujo, seguramente inmerecido, tenerle con nosotros.
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