La Orquesta de Cámara de París, dirigida por Paul Goodwin, dedicó la mayor parte del concierto que ofreció hace unos días en el Auditorio madrileño a compositores franceses, a excepción de dos piezas de Chaikovsky, lo mejor de la tarde, desde mi punto de vista. Comenzó interpretando Le Tombeau de Couperin, de Maurice Ravel, una obra que en su tiempo se consideró de un delicioso atrevimiento en la que fui incapaz de entrar. La escuché como una música de fondo que en ningún momento logró atrapar mi atención. Pero enseguida llegó el Andante para violonchelo, Chaikovsky en estado puro, una pieza emotiva y dulce, bellísima, que años después de su estreno haría llorar a Tolstoi. Y a continuación las Variaciones sobre un tema Rococó, algunas de un extraordinario virtuosismo, otras más elegíacas, más conmovedoras, bañadas de esa profunda tristeza que desprende casi toda la obra del ruso, y que a mí siempre me trastorna. Al violonchelo, como solista, Gautier Capuçon.
Tras el descanso, la Elegía, para violonchelo y orquesta de Fauré y la Sinfonía en do mayor de Bizet. No conocía esta última, y la disfruté mucho.
Escuchad el Andante para violonchelo:
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