La Segunda sinfonía de Mahler, Resurrección, es imponente. No suelen emocionarme especialmente las piezas musicales dedicadas a las creencias religiosas, sean cuales sean (el caso de Bach es distinto: su música es de una espiritualidad que trasciende los credos, desde mi percepción), pero no se puede negar la brillantez y expresividad con que Mahler nos hace partícipes en esta sinfonía de sus inquietudes ante el sinsentido de la vida, ante la muerte. El tránsito al otro mundo, el miedo, la esperanza, la apoteosis del juicio final, todo está aquí.
Hace unos días nos la ofreció en el Auditorio la Pittsburgh Symphony Orchestra, dirigida por Manfred Honeck, con las voces del Orfeó Catalá, el Cor de Camba del Palau de la Música Catalana y con Laura Claycomb y Gerhild Romberger como soprano y contralto respectivamente. La orquesta sonó impecable, una fuerza de la naturaleza en ocasiones, sutilísima en otras. Afirma el director que toda la Sinfonía se dirige hacia el 5º movimiento, donde adquiere su climax. Y resultó bellísimo. Ese quinto movimiento vale lo que toda la pieza. Y los cantantes lo bordaron, tanto los coros como las voces solitarias de la soprano y la contralto. ¡Oh, cree, corazón mío, cree! ¿Nada perderás! Tuyo es, sí, tuyo, lo que anhelaste. ¡Tuyo lo que amaste, por lo que luchaste!
Os dejo unos minutos de ese quinto movimiento:
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