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jueves, 29 de noviembre de 2012
Forges y los diminutivos
Tronchante la viñeta de Forges publicada ayer en El País. Inmediatamente me vino a la cabeza un colectivo que impepinablemente debe verse reflejado en ella: el ramo de las peluquerías. Soy asturiana y por lo tanto estoy más que acostumbrada al uso del diminutivo. En mi tierra se bebe un cafetín, a los niños se les hacen miminos y se despiden de ti con un "hasta lueguín". A los visitantes les puede resultar chocante, pero su uso está generalizado y nosotros lo vivimos con naturalidad. Volvamos a la peluquería. ¿Por qué unas mujeres que, fuera de su ámbito laboral, se dirigen a ti con total normalidad, se transforman en babas parlantes mientras te arreglan el pelo y te colocan una "toallita" para que estés más cómoda, te quitan los "pelitos" que se te han quedado pegados al "cuellíto" tras el corte, y te piden que eches la "cabecita" más para atrás para que el agua no te moje la "carita"? Me ponen enferma. Debe ser mi mal carácter.
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En efecto, como dice Sol en Asturias tenemos gran querencia por los diminutivos pero casi siempre con la intención de dar un contenido mucho más cálido y entrañable, incluso amoroso a lo que se dice. Por no hacer una larguísima lista ellos, baste con retomar una cita que has hecho hace tiempo: a pocos metros de coronar el puerto de Pajares desde Asturias, se ve en el talud izquierdo de la carretera un gran mural que recoje una de las declaraciones de amor más bellas que conozco y dice así:"Quiérote amorín. Tu Alvarín". Pues lo dicho, muchos besinos y hasta lueguín Solina.
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