Hace treinta años viajé a Petra con un grupo de amigos que realizaban una serie de programas para televisión sobre ciudades perdidas. Fue un viaje inolvidable, cuando "la ciudad rosa del desierto" no era aún destino turístico, el Wadi Musa se componía de cuatro chozas en cuyo techo pastaban las cabras y una reshouse donde nos alojábamos, y el interior de Petra era el hogar de los beduinos. Volví al cabo de veinte años y aquello parecía un parque temático. Un horror. No se debe regresar a los sitios que te enamoraron.
Pero yo quería contaros una anécdota que allí viví. El conductor del jeep que nos trasladaba de un lugar a otro, un jordano alto y fuerte, de talante amable y extrovertido, me organizó un escándalo monumental un día en que, sin intención, toqué su antebrazo al descender del coche. Se acercaba el momento de la oración (estuviéramos donde estuviéramos, en medio de una escena, en el desierto o trepando por las rocas, cuando llegaba la hora de orar tanto él como sus compatriotas suspendían sus quehaceres, colocaban una alfombrilla en el suelo, orientada hacia La Meca, se arrodillaban y se entregaban a la oración) yo, mujer, por lo tanto impura, le había tocado, por lo que tendría que volver a lavarse para purificarse. Me quedé atónita, le ofrecí mis excusas y me cuidé muy mucho de volver a rozarle.
Recordé la anécdota esta misma mañana (escribo el lunes 5), leyendo en el diario El País la entrevista que Ana Carbajosa realiza al ginecólogo israelí Daniel Rosenak. Por él me entero de que en el judaísmo existen unas "leyes de la pureza familiar": partiendo de la premisa de que la mujer es "impura" cuando tiene la menstruación, la Torá prohibe a los hombres acercarse a ella (no solo practicar el sexo, simplemente rozarse o tocar algo que ella haya tocado antes) durante ese periodo y una semana después.
El día 3 salta a los medios de comunicación la noticia de que una adolescente de 15 años ha sido asesinada por sus padres en Pakistán, rociándola con ácido, ante las sospechas de su padre de que le gustaba un chico. Calculan que doscientas mujeres son anualmente desfiguradas mediante este método.
Siento un coraje y un rencor nada saludable. ¿Hasta cuando la mujer seguirá siendo víctima propiciatoria de la locura masculina? Leo que tras la Segunda Guerra Mundial los aliados se cobraron la victoria violando alemanas, como si ellas fueran las responsables de los crímenes del nazismo. Solo en Berlín fueron violadas 110.000 mujeres. Confieso que la inmediata es arremeter contra el género masculino en general, y debo hacer un esfuerzo por controlarme. No quiero ser injusta. Pero me arde la sangre.
Detras de esos comportamientos, casi siempre, se encuentra la religión, y a la "nuestra" seguimos alimentandola con los impuestos que quitamos a nuestros desahuciados. Comparto tu indignación.Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarTienes razón, la religión, el machismo y la incultura se retroalimentan, y el resultado es que la mujer sigue siendo un ser inferior, propiedad del varón. No lo llevo con paciencia. Un abrazo muy fuerte, David
ResponderEliminarCuando las religiones deberían ser motivo de concordia y apoyo al ser humano, sus interpretaciones torticeras las han convertido en uno de los peores enemigos de la humanidad discriminando y dividiendo.
ResponderEliminarTodos estos hombres que consideran a la mujer "impura" y de su propiedad deberían recordar de dónde han salido y cómo y que, durante nueve meses, han sido de nuestra exclusiva propiedad y les hemos respetado hasta darles la vida.
Indignación total y afortunada de vivir en la cultura en la que vivo. Un abrazo.
la mujer patrimonio privado del hombre, como tiene que ser !! Frito me tienes :P
ResponderEliminarJajajaja. Achicharrada estoy yo.
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