"Todavía estoy vivo, todavía tengo manos, ojos, corazón, y tengo además esta ventana, esta posibilidad de poner aquí mis palabras en este periódico, en esta quimera, y por eso, a pesar de todo, me gustaría escribir una columna sobre la esperanza, sobre la belleza y sobre la felicidad.
(...)
Podemos escribir poemas, leer poesía, leer a nuestros autores favoritos aunque leer poemas de mil páginas nos cause un vértigo de tiempo al que estamos cada vez menos acostumbrados, podemos oír música sabiendo que oír música quiere decir hacer música y transformarse en música, ejercitar el músculo del alma, alimentar ese fuego espiritual que arde en el yo. Podemos poner límites a la estúpida revolución digital, , hablar con nuestros amigos y con nuestros hijos, sentir el agua, la tierra, el viento y la lluvia.
No sé cómo explicarlo pero sé que cultivar la belleza, el placer y la felicidad va en contra del ataque salvaje que estamos sufriendo. cante, medite, dedique todo el tiempo que pueda a usted mismo, investigue en la felicidad. Practique la meditación que viene de Oriente y la vía de la melancolía que nos ha legado Occidente. Intente sentir que está vivo.
No siga las tendencias, no obedezca. Haga lo que le de la gana. Pierda el tiempo. Robe tiempo para sí mismo. Hable desde el corazón. Llore si es necesario. Haga lo necesario para sentirse vivo.
Tenga la convicción de que lo que nos hace más débiles y vulnerables es también lo que nos hace más fuertes, y que esa llama que arde en el yo, eso que nos han dicho tantas veces que es algo pueril o "romántico", cuando no "femenino" o irresponsable, debe ser algo infinitamente valioso cuando las fuerzas oscuras que nos atacan ponen tanta, tanta saña en destruirla".
Extracto del artículo "Sentirse vivo", firmado por Andrés Ibáñez, publicado el 3 de noviembre en el ABC Cultural.
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