"(...)
No hay causa en mí. En mí no hay
más que cansancio y
un antiguo extravío:
ir
de la inexistencia
a la inexistencia.
Es
un sueño.
Un sueño vacío.
Pero sucede.
Yo amo
todo cuanto he creído
viviente en mí.
Amé las manos
grandes de mi madre y
aquel metal antiguo
de sus ojos y aquel
cansancio lleno de luz
y de frío.
Desprecio
la eternidad.
He vivido
y no sé por qué.
Ahora
he de amar mi propia muerte
y no sé morir.
Qué equívoco."
Pero llega la luz en el siguiente poema, y eso nos da un respiro:
"(...)
En el fulgor de los equinocios eres roja y solar y estás ebria; estás ebria de ti misma y la música se desprende de ti.
Eres como el mar que se derrama sobre el corazón del pastor.
Tu desnudez hiende los manantiales. Ardes y, en torno a ti, giran las palomas.
Tú
ciega de luz, dame tu extravío, ven.
dame tu vientre y tu demencia, ven.
Liba mis llagas."
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