El lenguaje lo aclara todo, y lo denuncia todo. ¿No sería un
milagro tener una “escuela” excelente teniendo los Gobiernos y Parlamentos que
tenemos? Es decir: hablando como hablan. Cualquier indicio cultural está
férreamente excluido del lenguaje de nuestros políticos, quienes con saña y
entusiasmo se dedican a elogiar a los propios y a vituperar a los ajenos con
metáforas toscamente futbolísticas, cuando no con giros verbales que denotan un
viraje, pero hacia atrás, en el sentido de la evolución humana. ¿Y no sería
igualmente taumatúrgico gozar de una “escuela” amante de la razón y de la
argumentación cuando, en la escena del tercer poder, comprobamos la retórica
literaria de nuestros jueces, por lo general un galimatías de tal envergadura
que parece que Aristóteles y Descartes no hayan existido? Toda arbitrariedad es
posible —aun no queriéndola— cuando uno no sabe lo que se dice, el único gran
estilo que circula por nuestra “vida pública” y que hace cómplices a
gobernantes, legisladores y magistrados.
Es, por así decirlo, el estilo tertuliano, basado en el
grito, el sarcasmo y la impunidad. ¿No sería, por eso, igualmente mágico que
tuviéramos una “escuela” intelectualmente rigurosa en un país literalmente
cautivado por las tertulias radiofónicas y televisivas, las cuales, con pocas
excepciones, son ollas de grillos en las que triunfa el más gritón, o el que se
figura más gracioso, o el que aspira a mayor impunidad? Lo más llamativo de
este predominio del estilo tertuliano sobre el estilo crítico es que el
contagio, lejos de circunscribirse a la “vida pública”, ha alcanzado también, y
de lleno, a la “vida privada” y, en consecuencia, el sectarismo, la parodia y
la miseria cultural se han convertido en moneda de uso corriente.
Y aquí puede hurgarse en la herida más profunda: ¿no sería
prodigioso poseer una “escuela” que iniciara a los jóvenes en el cultivo de la
libertad de conciencia y en el respeto de la verdad cuando en los medios de
comunicación y entretenimiento, o en la calle, o en el transporte, o en casa,
las conversaciones están dirigidas al desprecio de lo libre y a la destrucción
de lo íntimo? ¿Cuáles son los estímulos que el aprendiz de ciudadano recibe
para inclinarse hacia el rigor en el esfuerzo, hacia la reflexión, hacia la
libre elección de las cosas? Pocos, muy pocos, porque ese aprendiz, fuera de la
muy deficiente “escuela”, está más rodeado de súbditos que de ciudadanos."
Extracto del artículo Sin crítica no hay libertad, firmado por Rafael Argullol publicado en el diario El País el 23 de diciembre de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario