La senda está tapizada de hojas amarillas, rojizas, de todas las tonalidades de ocre. El aire huele dulce. Sobre nuestras cabezas vuelan los buitres formando círculos, de vez en cuando alguno se introduce en las buitreras abiertas en la roca rojiza que bordea la hendidura por la que caminamos.
No llegamos a alcanzar el Duratón. Llega la hora de almorzar y regresamos a Sepúlveda, la población más cercana, un pueblo precioso que os mostraré uno de estos días, y donde preparan un cordero extraordinario. Pero me prometo volver, con el almuerzo en la mochila, en cuando los días sean más largos.
Estupenda la pintada que alguien dejó en plena senda. Con ella os dejo.
Salir unas horas a un paisaje como ese te renueva para aguantar unos cuantos dias. Un bonito rincón que desconozco pero que has captado esplendidamente en fotos. Paz, Sol, y mucha felicidad.
ResponderEliminarLo mismo te deseo, especialmente estos días. Un abrazo grande, David
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