"Un día en el café Gijón sorprendí a un poeta maldito,
absorto en sus pensamientos. Le pregunté si la gravedad de su rostro obedecía a
que estaba elaborando algún verso insigne. “Así es”, me contestó. “En este
momento me debato en la duda de pegarme un tiro en la boca o tomarme un helado
de fresa”. En el monasterio de Kopan, en el valle de Katmandú, me dijo un
Maestro Venerable: si quieres saber hasta qué punto eres feliz y no lo sabes,
cómprate una libreta y apunta en ella cada noche cinco pequeños hechos agradables
que te hayan sucedido durante el día. Anota solo las sensaciones placenteras
insignificantes, las alegrías ínfimas, no los sueños desmesurados. Esta mañana
me ha despertado el sol en la ventana y he comprobado que esta vez no me dolía
la espalda. El perro me ha saludado con el rabo. El dueño del bar, donde suelo
desayunar hojeando el periódico, hoy se ha negado a cobrarme la ración de
churros. He leído la crónica deportiva: ayer ganó mi equipo. El autobús ha
llegado puntual y en la parada me han conmovido las palabras de amor que una
madre le dirigía a su niña que se iba al colegio. Le he preguntado al médico
por los análisis y me ha dicho que todo está bien. Al llegar a casa después del
trabajo me arrellano en el sillón para ver una película en la tele mientras me
tomo un gin-tonic.El Maestro Venerable aseguró que después de un tiempo en esa
libreta se habrá formado un tejido básico de actos felices, de sutiles placeres
efímeros, muy consistente, que sin darnos cuenta sustenta firmemente toda nuestra
vida y de paso resuelve la duda del poeta. De momento bastará con un helado
para evitar que se pegue un tiro. Puede que esto no sea más que esa
charlatanería que se expande mientras arden las consabidas barritas de almizcle
e incienso y que solo sirve para olvidar la terrible crueldad e injusticia que
nos rodea. Pero el Maestro Venerable, en medio de aquel aire transparente que
bajaba del Himalaya, dijo que todas las flechas aciagas que la vida nos lanza
casi ninguna da en el blanco. Caen a nuestro alrededor y somos nosotros los que
las arrancamos del suelo y nos las clavamos en el corazón, en la mente o en el
sexo. Tal vez esta enseñanza podría servir al poeta para enhebrar uno de sus
versos más excelsos: sale el sol, estoy vivo."
Manuel Vicent, diario El País, 2 de diciembre de 2012
QUizá no haga falta maestro ni visitas al himalaya. A nuestro alcance tenemos parte de felicidad que podemos encontrar, compartir y disfrutar.
ResponderEliminarSaludos!
No puedo estar más de acuerdo, José. Un abrazo
EliminarEs un buen ejercicio para ver que salen más de cinco sensaciones placenteras, sólo tenemos que saber identificarlas.
ResponderEliminarUna de ellas es leer tu blog.
Un abrazo
Y otra enorme encontrarte a ti por aquí. Un abrazo enorme y, ya sabes, sé feliz.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con el Maestro Venerable, con mi paisano Vicent y con sesentona. Pequeñas fibras que trenzan la cesta que inpide que nos desparramemos por los suelos. Besos.
ResponderEliminarAsí es. Y ni pensar en desparramarnos. En momentos peores hemos sabido construir el futuro, así que adelante con nuestros laureles. :) Muchos besos David
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