Así de bonito estaba el lago. En realidad es un gran embalse, el Jacqueline Kennedy Onassis Reservoir, cuyo cometido original era el abastecimiento de agua a la ciudad. No sé el motivo por el que la ciudad lo bautizó con el nombre de la ex primera dama norteamericana, pero en algún sitio leí que vivió en un piso a esta altura de la 5ª Avenida, con vistas al parque. Un lujo asiático.
Pasear por aquí, con la silueta del Upper West Side enfrente, es una delicia. Nos cruzamos con gente paseando, jóvenes haciendo jogging, paseantes de perros. Recuerdo que fue aquí donde vi por primera vez a los profesionales de semejante menester, tirando de una docena de correas, contratados por quienes no encontraban tiempo para ocuparse de las necesidades caninas. Hoy parece que la costumbre se ha generalizado y no es raro encontrarlos por las calles de Madrid.
En Central Park te cruzas con neoyorquinos de todo tipo y condición. En el pasado sirvió para que los ricos presumieran de sus carruajes, para que los pobres disfrutaran los domingos de los conciertos gratuitos, para que los activistas protestaran contra cualquier guerra, para que las familias organizaran un picnic durante el fin de semana, para que los hippies organizaran sus festivos encuentros. Hace años, en otra visita a Nueva York, en esa ocasión con mi madre, paseábamos por Central Park cuando nos topamos con un grupo de hippies a la antigua usanza, esto es: camisas floreadas con chalecos indios, largas melenas y pantalones andrajosos, sentados en círculo alrededor de media docena que bailaban con los ojos cerrados, al ritmo de panderetas y bombos. Mi madre, ni corta ni perezosa, se unió al grupo y les acompañó con sus palmas, toda sonrisas. Yo, a su lado, estupefacta. Ella es única.
Les recuerdo esta anécdota a mis hermanas, mientras observamos a una pareja batirse a lo Guerra de las galaxias. Y llegamos a Central Park South donde dedicamos un recuerdo a nuestro padre, que se alojó en el Plaza cuando visitó la ciudad, un hotel espléndido hoy convertido en edificio de apartamentos. Ante nosotras, la mítica 5º Avenida.Y en la esquina, como si de esculturas se tratase, una colección de bobinas de lo que parece cable de acero de distintas tonalidades. No sé si es una instalación permanente o están allí cumpliendo alguna función práctica, pero me encanta el efecto. Esta ciudad sorprende te invita a mirar de un modo distinto.
Lo cuentas tan bien que revivo esos mismos paseos, los mismos cuidadores de perros, los mismos corredores, los mismos paseantes, los mismos perfiles arquitectónicos a derecha e izquierda, hasta la misma visita al Plaza, donde, por cierto, una vez recorrí de arriba a abajo por muchos de sus pasillos sin que nadie me dijese ni una palabra. Eso sí, todos mis recuerdos están asociados al tremendo frío de Nueva York en invierno que a mi, cosas de la vida, me encanta.
ResponderEliminarSé que es una ciudad que te encanta y que conoces bien. Y el frío que pasamos es para no contar. Pero la disfrutamos horrores. Un beso enorme, José
EliminarComo te envidié Sol. Y tienes razón, en 1994 se rebautizó el gran depósito con el nombre actual, dicen que por su contribución a la ciudad y es cierto que corría por allí y tenia un apartamento a esa altura de la Quinta Ave. La primera vez que estuve en NY se llamaba Frederck Law nosequé, luego en el 92 oí llamarle Harlem Meer. Y las espaditas laser son de la guerra de las galáxias(Ramón te mata).
ResponderEliminarJajaja, ya lo corregí. Desastre total.
EliminarPor cierto, para dar apoyo a lo que dice José sobre el tránsito en los edificios, cuenta como nos metimos en un hotelito de la E49th St con Park Ave. llamado Waldorf Astoria en una boda. Ja ja ja.
ResponderEliminarLo contaré cuando lleguemos allí, pierde cuidado. Besos, cielo
EliminarPor cierto, para dar apoyo a lo que dice José sobre el tránsito en los edificios, cuenta como nos metimos en un hotelito de la E49th St con Park Ave. llamado Waldorf Astoria en una boda. Ja ja ja.
ResponderEliminarPor cierto, para dar apoyo a lo que dice José sobre el tránsito en los edificios, cuenta como nos metimos en un hotelito de la E49th St con Park Ave. llamado Waldorf Astoria en una boda. Ja ja ja.
ResponderEliminarDespués de una memorable noche de ópera en el MET, nada menos que La Boheme de Zeffirelli, que daría para escribir una divertidísima novela por la cantidad de cosas vividas, un grupo de seis compañeros salimos, dada la hora, muertos de hambre pero con el dinero muy justito. El más conocedor de NY afirmó que nos quitaríamos el hambre bien a modo en el mismísimo Waldorf. Yo no daba crédito pero allá que entramos al salón central del colosal hotel presidido por un piano de gran cola blanco, pianista de chaqué igualmente blanco y un cantante alto, rubísimo y, para variar, también de blanco con una dentadura que irritaba de su blancura.
ResponderEliminarResultó que con una simple Coca Cola, de precio muy asequible, servían un gran plato de frutos secos de tal manera que a la tercera Coca ya habíamos matado el apetito, ligado con el "crooner" e incluso cantando alguno de los seis para el público que aplaudía a rabiar nuestra participación a todo pulmón a base de Granada, Ojos de la española, New York New York, etc. Inolvidable.
Mil besos, Sol, y gracias por permitirme echar a volar el recuerdo a esa inenarrable ciudad que los dos amamos.
Qué fantástico, José! Eso me hace recordar el viaje que hicimos, hace muchos años, las cuatro hermanas con mis padres a Río de Janeiro. Nos alojamos en el Meridien, y al volver de cenar una noche nos ocurrió algo parecido. Un piano solitario en el salón, irresistible para mi padre que se puso de inmediato a tocarlo, y nosotras cinco a cantar a su alrededor. También nos aplaudieron, muy amables. Somos numereros, ya sabes. Nos lanzamos a cantar en cuanto tenemos ocasión. Un beso enorme, cielo.
Eliminar