Con la proximidad del verano, y gran dolor de mi corazón, se va cerrando la temporada del Auditorio. Ibermúsica nos ofreció anteayer un precioso concierto, a cargo de la Philharmonbia Orchestra, dirigida por Vladimir Ashkenazy, y un programa de primer orden: la Obertura para el cuento de la bella Melusina y el Concierto para violín y orquesta en mi menor, de Mendelsson y, para cerrar, la Sinfonía núm. 5 en mi menor, de Chaikovsky.
Debo reconocer que durante la Obertura mi mente vago errática y escuché la música como telón de fondo a mis pensamientos. Cuando no soy capaz de dejar las preocupaciones en casa, me cuesta algo de tiempo concentrarme, y es la primera pieza del programa quien paga las consecuencias. En cuanto salió al escenario la violinista Patricia Kopatchinskaja y comenzaron a sonar los acordes del Concierto cesaron mis elucubraciones y fui uno con la orquesta. Cómo sustraerse al magnetismo de ese violín, pura pasión, al transporte que parecía vivir la joven solista, entregada enteramente a la música. Una pieza redonda, compuesta por Mendelsson en la cima de su arte, plena de expresividad y virtuosismo. Os lo ofrezco interpretado por Anne Sofie Mütter:
Tras el descanso llegó Chaikovsky. Aunque para mí la Sexta está por encima del bien y del mal, toda la obra del ruso me conmueve profundamente, y esta Sinfonía, sobre todo en sus dos primeros movimientos, me deja temblando. Ahí se palpa el alma de su creador, esa desolación que impregna toda su obra, aún más patente cuando se combina con esos momentos de alegría casi infantil, rememorando el gozo de los instantes felices, como en el precioso vals del tercer movimiento. Sin embargo en esta composición hay algo que siempre me chirría, y es la marcha triunfal del cuarto movimiento, que me obliga a cambiar bruscamente de estado de ánimo y siempre siento como metida a calzador. Un punto artificiosa, algo forzada. No sé qué opinaréis. Os dejo con ella, interpretada por la Filarmónica de Viena, con Herbert Von Karajan en el podium:
La distracción de Werther, el pensamiento absorto, el ánimo suspenso..., no le sobrevienen porque su amante le haya escamoteado el espliego en la última esquelita de papel de hilo azul celeste, ni porque haga meses que no le envía un rizo pelirrojo en la cajita de rape acostumbrada, ni porque la paga del padre aún no haya entrado este mes en la estafeta de correos. No. Werther mira los hombros de Anne Sophie y no oye la música; observa el dulce sismo de los músculos dorsales de la bella, la tenue arruga del entrecejo, el trigo oscilante de sus cabellos, el cimbreo leve del talle y..., y para Wherter no existe más que el cuerpo de Anne Sophie. Pedir que, además, preste atención a la música sería no conocer a Werther: pedir demasiado, llanamente.
ResponderEliminarPobre Werther; absorto en la intérprete no disfruta de lo interpretado. Alguien debería aconsejarle cerrar los ojos y dejarse conquistar por la música. Mejor le iría.
EliminarWerther se centra en la música si el intérprete es Sherlock Holmes. Entonces no pierde nota. Con Anne Sophie, sí.
ResponderEliminarSépalo, displicente señora.
Suyo, Werther.