Último concierto de la temporada, que se despide hasta septiembre. Despedida con una sinfonía maravillosa, la 7ª de Dvorak.
El concierto comenzó con la obertura de Las criaturas de Prometeo, de Beethoven, una pieza para ballet encargada por el bailarín Salvatore Vigano al compositor alemán entre 1800 y 1801. No conocía esta obertura, ni creo haber escuchado nunca el resto de la obra, lo que pretendo corregir inmediatamente. Disfruté enormemente de esta pequeña joya, lo que no sucedió en cambio con el Concierto para violín y orquesta núm. 2 en sol menor, de Prokófiev, en la que no pude entrar más que en contadas ocasiones. No es un compositor para escuchar en cualquier estado de ánimo, y está claro que anteayer no tenía el día para disfrutar del ruso.
Pero llegó la segunda parte, con la Sinfonía núm.7 en re menor de Dvorak. Una delicia. Me encantan todas las sinfonías del compositor checo, pero quizá sea esta 7ª mi preferida. Como en el caso de Beethoven, obra sobre mí como un bálsamo, me llena de alegría y optimismo, me entrego a ella siempre con una sonrisa de gratitud. Una belleza.
Os dejo con ella:
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