Con motivo del Día del Libro llevo a mi nieto a La Casa del Libro más cercana a mi casa. Creo que ya tiene inculcado el gusanillo de la lectura, pero me gustaría que tomara por costumbre celebrar este día adquiriendo uno y, aunque en esa fecha no estaba conmigo, le prometí que el primer día que nos viéramos haríamos la compra. Entra en la librería como Pedro por su casa, y se dirige directamente a la sección de comics pues quiere hacer la colección de Ranma, una serie de historietas japonesas escrita e ilustrada por
Rumiko Takahashi. No está disponible, la deja encargada y, tras recoger mi ejemplar de Aquel domingo, de Jorge Semprún, encargado previamente (estoy leyendo todos sus libros sobre su estancia en el campo de concentración de Buchenwald), y de hacerme con el único ejemplar que les queda de Carlota en Weimar, de Tomas Mann, nos dirigimos a la salida cuando me pregunta si le compraría la biografía de Stephen Hawking. Once años. Me deja perpleja. Me explica que se trata del más grande físico del mundo (soy abuela y, por lo tanto, para él, pertenezco al gremio de los seres más ignorantes de la creación), que ha escrito un libro fabuloso, Breve historia del tiempo, que él está leyendo en su versión más asequible; que ha visto la película sobre su vida y que le interesaría mucho leer el libro en el que se inspiró, escrito por su mujer. Boquiabierta, le animo a preguntarle a un dependiente, y lo observo a distancia. Veo que los dos se alejan en su busca y, al cabo, vuelve mi nieto con el libro en las manos. Como quiero cerciorarme de que se siente capaz de leer semejante volumen, le pido que se siente y lo ojee un rato antes de tomar una decisión. Mientras, el dependiente se ha acercado a la cajera , le comenta algo al oído y ambos miran sonriendo y cuchicheando en su dirección. Unos minutos después se levanta y me dice que lo quiere. Así que nos dirigimos a la caja y abono la cuenta.
Sé que empezará a leerlo, ignoro si lo terminará, pero me parece extraordinario que lo prefiera a cualquier novela de aventuras. En cualquier caso, el hecho de que le interese la vida de un científico me llena de alegría. Y os doy mi palabra que es la antítesis del sabiondo. Como a todos los niños de su edad, lo que más le gusta es jugar con la play. En fin, estas pequeñas cosas me llenan de esperanza.
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