El impacto causado por la masacre del Charlie Hebdo ha dado
origen a un animado debate mediático en el que destacan dos polémicas muy
significativas. Por un lado los límites de la libertad de expresión, en teoría
irrestricta pero en la práctica vedada, como revela el delito de apología del
nazismo o del terrorismo. En este sentido, parece admitido que deban prohibirse
y perseguirse las manifestaciones que prediquen el odio, pero lo que ya no está
claro es si la blasfemia o la sátira deben quedar incluidas en esa
tipificación. Lo cual nos lleva al segundo tema de debate: el ambiguo status
del sentido del humor.
Desde Shakespeare y Cervantes, el humor es seña de identidad
de la modernidad occidental. Pero por su propia naturaleza paradójica, es uno
de los conceptos más ambivalentes que existen. Por un lado está el humor
propiamente dicho, que juega con las contradicciones internas de una situación
dada. Y por otra está la burla o broma pesada, que busca escarnecer, zaherir y
ridiculizar. De ahí que el humor sea capaz tanto de lo mejor como de lo peor.
Piénsese por ejemplo en los chistes machistas contra moros, mujeres o maricas,
o en el acoso escolar que se burla del más débil o tonto de la clase. ¿De qué
depende que debamos tomarlo en un sentido u otro? Depende del frame, es decir,
del encuadre o marco con que lo interpretemos.
El inventor del frame fue Bateson, cuando señaló que todos
los cachorros juegan a luchar, y para ello usan un meta mensaje que permite
diferenciar el juego (“esto va en broma”) de la lucha (“esto va en serio”).
Pero aquí existe una continuidad clausewitziana entre el juego lúdico/político
y la lucha bélico/agonística, de tal modo que a veces resulta imposible evitar
el paso del uno a la otra. Es posible que en una interacción dada ambas partes
lo interpreten de forma opuesta: uno cree que es juego (una broma) y el otro
lucha (un ataque). También es posible dar gato por liebre, justificando el
ataque más feroz como si en el fondo se tratase de una broma. O al revés, tomar
una broma como un ataque imperdonable que clama venganza con el pretexto de que
era algo demasiado serio como para tomarlo a la ligera.
Todo depende del contexto interactivo en que se pronuncie la
expresión humorística. Si la relación es igualitaria o simétrica, con hermanos,
amigos o rivales, se trata de un juego que debe tomarse a broma. Si estamos
ante la burla contra un superior (padres, maestros o autoridades), hay
desacato, insolencia, lesa majestad o irreverencia. Pero si es contra un inferior
(menores, mayores, mujeres, migrantes o minorías), constituye una ofensa
despreciativa como la del varón blanco dominante contra los parias inermes a
quienes se pone en su lugar rebajando su status todavía más. De ahí el
imperativo de corrección política que prohíbe burlarse de las víctimas
indefensas.
La moraleja es obvia: lo ecuánime es medir las consecuencias
de nuestras expresiones poniéndonos en el lugar de las personas cuyas creencias
tomamos a broma, pese a constituir su principal seña de identidad colectiva.
Pues aquí no habrá simetría ni revancha posible mientras los musulmanes
europeos sigan sin poder ridiculizar al cristianismo burlándose de Jesús en un
semanario satírico de gran tirada. El juego limpio es condición a priori del
sentido del humor.
Enrique Gil Calvo, diario El País, 19 de enero de 2015
Controvertida cuestión... Ponerse antes en el lugar del otro me parece una buena medicina pero mientras vamos ganando en empatía e inteligencia (y nos crece, de paso, el sentido del humor y nos decrece ese ego que tanto se deja afectar), ¿quizá el punto sería "sin ánimo de ofender, pero sin miedo a hacerlo"? Y aun así a alguien habría que seguir cogiéndosela con papel de fumar. No es fácil.
ResponderEliminar¡¡Saludos, Sol!!
No lo es, no. Un abrazo fuerte, Marian
EliminarEran dos y llevaban una talega con aerosoles de colores.
ResponderEliminarAhora, mientras leo, llevo puesto fez con borla, camperas y chilaba de lino blanco tejida por las manos aladas de esclavas que guardo en un serrallito recoleto, en el piso alto con celosías que dan al patio. Veo brillar entre la filigrana de estuco destellos de ojos fugaces... Y me apetece relegar este tocho de los cuentos completos de Borges y abrir el Alcorán que guardo en una arqueta de cedro, en la oquedad de un naranjo añoso del jardín, y leer la Sura 95, el Aya 5: “Pero luego reduciremos a los incrédulos al más bajo de los rangos, castigados con el infierno”. Ningún autor, sino Borges, halla acomodo en el anaquel de mi estudio con vistas al Albaicín. No tengo tele ni celular: los recados los recogen en la tienda del judío Eliazar (le debo el pan de un mes). Solo la salmodia del almuhédano remueve la calma de mi jardín umbrío. El rumor del agua en la pileta de mármol, el olor del jazmín... Unos ladridos que vienen del Paseo de los Tristes me desmienten. Y una risa femenina en el Carmen de los Mártires.
Luego, haré llamar a mi fiel mercenario somalí, de la tribu de los mursi, en la región de Mudug, y le ordenaré que traiga, aherrojados, a los infieles que han profanado la mezquita con sus grafías del Infierno... La mano derecha tendida sobre el tajo, aguarda a que el verdugo acabe de afilar el alfanje justiciero.
Allahu Akbar.
Qué bien escribes, querido!!!
EliminarNada para lo que usted merece,,,mon soleil.
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