Si tu casa está ardiendo, sal de ella corriendo sin
preguntarte qué pasa fuera. No importa si en la calle llueve, hace frío o calor
o está plagada de enemigos. Lárgate antes de que se derrumbe el techo sobre tu
cabeza. Esta parábola que Buda explicó a sus discípulos bajo una higuera le
sirve hoy a cualquier ciudadano que sienta que su mundo se está viniendo abajo.
La casa en llamas es ahora este Gobierno y este Parlamento servidos por un
cúmulo de políticos mafiosos, estúpidos o mediocres; son las instituciones del
Estado podridas hasta la raíz por la corrupción; es la propia asfixia ante el
desplome de los valores morales o estéticos que a uno lo sustentaban. No hay
forma de mirar hacia alguna parte de la casa que no veas cómo avanzan las
llamas hasta tu estancia secreta. Huye, huye, no importa adónde. En la calle
encontrarás a muchos amigos que también tratan de salvarse del incendio. Cada
cual tiene su fórmula. Uno ya no compra ningún periódico, solo lee a Catulo y a
Montaigne, trata de regenerarse escuchando a Mozart y a Schubert. Otro presume
de ver solo documentales de monos y cocodrilos del segundo canal porque en
ellos encuentra lo más profundo del ser humano. Otro no escucha la radio ni lee
libros, solo sigue algunas series famosas de televisión y ve cine negro, porque
en estas viejas películas de gánsteres puede comprobar que los diálogos de
Albert Anastasia, Dillinger o Lucky Luciano, que se producen en cualquier
garito de Chicago con un whisky en la mano y un revólver en el sobaco son
piezas maestras de alta literatura comparada con la garrulería grabada entre el
comisario Villarejo y el político González, dos mafiosos ratoneros de cuarta,
tomando un café con porras en la pastelería La Mallorquina. Sálvese quien
pueda, es la consigna general. Huye, amigo, dice Buda. Está ardiendo la casa.
Manuel Vicent, diario El País, 15 de marzo de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario