Me ha fascinado la exposición. "A veces siento como si el mundo fuese un lugar para el que he comprado una entrada. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si nada fuera a suceder a menos que yo estuviera allí con mi cámara". Ahí está el quid de la cuestión. A nuestro alrededor se suceden acontecimientos banales: una mujer sonríe, una pareja se besa, un niño se agacha a recoger una moneda, alguien mira al cielo... y pasan ante nuestros ojos sin pena ni gloria. Pero todos estos hechos cotidianos e insignificantes resultan sustanciales para Winogrand y, al captarlos, los llena de significado. Siempre la mirada del artista.
"Él insuflaba en lo cotidiano una mezcla de novedad y extrañeza, de entusiasmo y desesperación". Nace en el Bronx neoyorquino en 1928, muy pronto se traslada a Manhattan y retrata incansable la vida en la ciudad. En esta muestra podemos ver más de 200 obras, y se articula a través de tres secciones: Bajando desde el Bronx, Un estudiante en Norteamérica y Auge y crisis.
Las fotografías que más me han interesado corresponden a la primera parte, la que recoge imágenes captadas en Nueva York desde 1950 hasta 1971, realizadas entre los almacenes Macy's y Central Park. No hace falta deciros como me excita la idea de volver a recorrer esas calles con las imágenes de Winogrand en la mente, cámara en ristre. De ilusión también se vive.
Con motivo de la exposición, la Fundación Mapfre ha editado un catálogo espléndido. Si tenéis ocasión, no perdáis la oportunidad de disfrutarla.
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