"Hablé de sustituir con cerveza el agua de la isla, que no me sentaba, y me envió un tonel de doscientas botellas de la mejor de Inglaterra: oyó decir que no cazaba en el cafetal porque no tenía armas, y me envió una finísima escopeta belga con todos los arreos de caza, y por él y en su casa nació la ojeriza con que me miraba con sus gemelos la hermosa criolla del teatro de Tacón.
Trabé yo, pues, con Corugedo una amistad sincera y por mí
agradecida, aunque poco cultivada por la ausencia de la ciudad, a que me
obligaba y en que me tenían mi asiduo trabajo y mis íntimas pesadumbres; pero
no dejaba de pasar media hora en su tienda, o de almorzar con él en su almacén,
siempre que del campo volvía a la ciudad. Gozábame en registrar sus
escaparates, en admirar los caprichosos dijes y valiosas joyas que en ellos
encerraba y en preguntarle su uso, su precio, su origen y su historia. Un día tropecé
con un estuchito de nácar que encerraba un anillo:
-¡Precioso topacio! -exclamé al ver dentro el que me lo
pareció, orlado de brillantes blancos.
-Mírelo usted bien a la luz, que no es topacio -me dijo
Corugedo.
Era un brillante rojo brasileño. Son raros, y recordé que
eran muy estimados en México, y que había una persona de familia a quien debía
yo favores que de uno de ellos tenía antojo; pregunté a Corugedo el precio del
suyo; registró su Libro, y respondió:
-Factura del Brasil, cincuenta onzas.
Contemplé y admiré, y alabé la piedra, pero volví a colocar
el anillo en su estuche y la cajita en el lugar en que la había hallado. Días
más tarde, un sábado, iba yo a despedirme del buen asturiano después de haber
almorzado con él, cuando una volanta, chapeada de plata, tirada por dos caballos
castaños, conducidos por un negro vestido de grana y galoneado de oro, paró a
la puerta. En la volanta venía la hermosa criolla del teatro de Tacón, toda de
blanco, calzada con chapines de seda, como en deshabillé de mañana, pero toda
cubierta de encajes, y exhalando aromas, necesarios a las morenas en tan
cálidos países. Viome y la vi; pero como no había por qué decirnos nada, yo me
senté tras el mostrador a hojear un libro ilustrado, y los dos Corugedos fueron
llevando cajas y compartimentos de sus escaparates para que escogiera lo que a
buscar venía. Las señoras no se apean allí de sus carruajes para entrar en las
tiendas a hacer sus compras. Pidió, buscó, revolvió, desdeñó, apartó, desechó y
regateó muchos objetos; y dejando marcados los por ella elegidos, partió sin
dar su tarjeta, ni las señas de su casa; era sin duda parroquiana o conocida de
los comerciantes, y curioso yo de saber quién fuese, pedíle de ella noticias a
Corugedo.
No sé más, me respondió éste, que lo que se dice: es hija
única de un cubano que heredó un cafetal a medias con una hermana, y hoyes una
buena finca que posee sólo por fallecimiento de su coheredera. La finca dicen
que produce de 60 a 70.000 pesos, Y ha vivido en ella y a su cuidado hasta hace
dos años, que se estableció con su hija en la ciudad en casa que compró. Se
cree que tiene una suma fuerte, impuesta en un Banco de Inglaterra o de los
Estados Unidos, fruto de los ahorros de diez años, suyos y de su difunta
hermana, que fue siempre avara y murió doncella. Ésta tuvo mucha predilección
por un hijo de un primo que se pasó la vida conspirando contra el gobierno y
que murió emigrado en Nueva York; y parece que la tía quería casar a este primo segundo con esta muchacha, para que toda la hacienda quedara
en los dos chicos, que son los últimos individuos de la familia. Hasta hace año
y medio todo marchaba por este rumbo; pero el padre, que desde que se vio
sólidamente acaudalado, echó ambición y vanidad sin saber en qué
fundarlas, ha pensado en un matrimonio de esta muchacha que sea más ventajoso
para él, satisfaciendo las aspiraciones de su orgullo, y su fortuna se lo ha
deparado. Un joven de la nobleza de España, cuyo padre tiene grande influencia
en palacio, vino a Cuba con una comisión secreta e importante para el capitán
general, y a recoger al propio tiempo un puñado de miles de duros que le dejaba
aquí un togado, que murió viudo después de veintidós años de permanencia en la
isla. El joven de Madrid, que desde chico anduvo en la carrera diplomática, se
enamoró de esta criolla; procuró al padre no sé qué cruces y bandas de España,
de Roma y de Nápoles, y el mes pasado se volvió a Madrid para arreglar sus
papeles, y tornar el que viene a casarse en el de mayo. Al padre le atribuyen
los chungones la pretensión de convertir el cafetal en condado y titular; pero
no es probable ni que él se desvanezca tanto, ni que tanto pueda en Madrid el
novio; que por otra parte, pasa por el más cumplido caballero que ha pasado el
mar. Esto es todo lo que se dice, y tal como se dice se lo digo a usted, sin
salir garante de nada. El padre y la hija andan, como los ve usted en el
teatro, muy fachendosos; aquí, en mi casa, compran continuamente; pero la chica
regatea siempre; ha sacado, por lo visto, algo de la tía doncella; por cinco
onzas ha rehusado el brillante del Brasil; y la verdad es que no he querido
rebajarla una de sesenta y cinco que la pedí, porque he visto que a usted le
gusta, y prefiero que usted lo lleve a México; le servirá para hacer un buen
regalo. Calló Corugedo, y ofrecióme el estuchito de nácar.
-Es muy caro para mí -le dije.
-No tiene usted que desembolsar una peseta; yo comercio en
todo; págueme usted en libros, y aún ganaré.
Velis nolis, me hizo un pedido de libros, disparejo del
valor de su joya, y me metió el anillo en el bolso. Yo soy tan tonto como otro
cualquiera, y al día siguiente, domingo, llevé el brillante en el dedo al
teatro. Al fijar mis gemelos en la hermosa criolla, las facetas de la piedra
descompusieron la luz de la araña, bajo la cual te nía yo mi asiento, y
pintaron nueve chispas de luz en el espejo que había en su palco; tomó ella sus
gemelos, y reconoció el anillo; frunció el entrecejo, y mi vanidad pueril me
atrajo sin duda una mujeril enemistad."
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"...y exhalando aromas, necesarios a las morenas en tan cálidos países"... Se ve que Zorrilla conocía bien la fisiología de las damas (de las morenas por lo menos) y así es cómo con solo 27 añitos se despachó con su Tenorio. Ese conocimiento íntimo de los delicados intríngulis del alma y del cuerpo femeninos le debieron capacitar para hacer verosímil el tironazo que don Juan tenía con las mujeres, circunstancia esta que algunos -seguramente más guapos y con tanta labia (por lo menos) que la que le atribuía don José a su criatura- no acabamos de comprender.
ResponderEliminarNo sé yo... Me da la sensación que Don José era más sufridor que gozoso amante. Besos, querido
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