Amanece un día radiante y helador, típico del invierno madrileño, una mañana engañosa de limpido cielo azul marino que te invita a salir ligero de abrigo y te devuelve a casa con un catarro de aúpa, pero cuyo canto de sirena es imposible desoír. Así que vuelo a la calle, abrigada ma non troppo, dispuesta a disfrutar de un sábado en blanco, sin obligaciones ni más quehaceres que los que mi placer disponga. Compro la prensa, leo los suplementos culturales mientras tomo el segundo café y, entre las múltiples propuestas sugerentes que Madrid me ofrece, decido visitar la galería IvoryPress y su exposición Books beyond artist. Os hablaré de ella con calma porque me resultó fascinante. Los habituales de Mi casa saben de mi amor por los Libros de Artista, los Cuadernos de viajes y los libros ilustrados. En esta exposición podemos ver algunos ejemplos realmente excepcionales, desde una serie de Los proverbios, de Goya, hasta el Diario de Frida Kahlo y El Proceso, de Kafka, de Peter Sacks.
Cuando cerraron la sala (me echaron a las dos de la tarde, tengo que volver porque siento que no pude disfrutarla con la calma que merece) me dirigí a la Fundación Canal, donde hasta el mes de mayo se puede ver una pequeña gran exposición que os aconsejo encarecidamente: Giacometti, el hombre que mira. Cuando os hable de esta muestra os contaré por qué este artista y sus hombres caminando me conmueven hasta lo más hondo. Ahora quería contaros algo mágico que me ocurrió cuando abandonaba la sala, con los ojos de sus retratos clavados en el corazón: delante de una Cabeza de hombre, en bronce, una mujer dibujada en un cuaderno, absorta en su trabajo. No pude evitar acercarme y espiarla. Reproducía la escultura de Giacometti con innegable talento. Le comenté mi admiración por su destreza y mi afición por los cuadernos de artista y me mostró el suyo, un cuaderno hermoso en el que se sucedían los dibujos a tinta y el color (¿guache, acuarela?), flores, paisajes, rincones, pinturas que se completaban con textos de una caligrafía pequeña y hermosa. Una belleza. Me dijo que tenía más de cuarenta cuadernos similares, que dibujaba todo lo que llamaba su atención, que acababa de volver de Marruecos de donde trajo el volumen correspondiente. Le hablé de la exposición que acababa de contemplar en IvoryPress y tomó nota. Vivía en Lisboa, estaba de visita en Madrid. Intercambiamos nuestros correos. A veces, casualmente, conoces a alguien diferente que te llena la cabeza de mariposas de colores.
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