La distancia entre la realidad y la ficción es un ala de
pollo. En la realidad invisible habitan cientos de miles de familias que tienen
como casi único menú una sopa con alitas de pollo. Cuando Cáritas expone este
estado de emergencia, Montoro reacciona con incredulidad. No porque ignore que
exista Cáritas. Lo que hace torcer el gesto al ministro son las alitas de
pollo: ¿desde cuándo los pollos tienen alitas? En la verdad oficial del
Gobierno se destaca el crecimiento en algunas líneas de consumo. En especial,
en productos de lujo. Se está registrando un gran incremento en la compra de
coches de alta gama y modelos deportivos, a la manera de preciosos animales
mitológicos dotados de alas. Tal vez por eso aumentan las voces optimistas en
las élites del poder. En la panorámica de un Porsche Panamera o de un Infiniti,
la realidad no solo avanza, sino que prospera cada kilómetro. A esa elegante
velocidad no se ve ni un pollo. Cuando existía la diferencia entre realidad y
ficción, algún aguafiestas podría indisponer a las masas con la contabilidad
subversiva de cuántas alitas de pollo equivaldrían a una berlina. Pero vivimos
en una España borrosa que ha superado la comparación odiosa entre el lujo y la
pobreza. Para defender la opción de incrementar el IVA, los políticos y los
expertos diplomados en el campus Fantasma de la Universidad de Maravillas han
utilizado un argumento infalible: este impuesto es más justo porque uno siempre
puede ejercer la libertad de comprar o no. Y es verdad. Uno puede elegir entre
pagar la calefacción o adquirir un Rolex: en las horas de un reloj de lujo no
hace frío. O entre comprar las alitas de pollo o volar en un Lamborghini
Aventado. Es algo que siempre explicó muy bien Esperanza Aguirre. Por eso se
largó sin pagar la multa y atropellando al pollo. Por amor a la libertad.
Manuel Rivas, diario El País, 5 de abril de 2014
Los pasos de mi abuelo eran muy lentos.
ResponderEliminarMe enseñaba los nombres de los astros y las constelaciones:
Osa Mayor, Menor, Orión, El Arquero,
Venus siempre brillante.
El negro terciopelo del campo de Sevilla en mitad de la noche
y un anciano y un niño cogidos de la mano.
¿Qué pensaba aquel viejo de la vida?
Andan mis hijas junto a mí.
Hablan de sus deseos y memorias.
Absorto en mis problemas
quizá les hablo para no escucharlas.
Rito que se renueva, a veces las escucho
y contesto como el anciano
con palabras pausadas de un oculto sentido.
Qué importan las palabras; lo que importa es el tono
y atender a quien pone su vida en nuestras manos.
Mi padre, un pobre hombre,
por pequeñas cuestiones acosado,
hubo de solventarlas para darme la vida,
y yo lo despreciaba.
Su muerte fue tan gris como sus días.
Disipados los sueños, destruida la fe,
quizá tú únicamente, padre mío,
rodees, sabiendo, con tus brazos mis hombros.
Blanda nos sea.
Esa mujer fue dulce
y siempre creyó en mí –era mi madre–.
Cantaba por las tardes con una voz suave.
A la hora de la siesta
se dormía a sus pies el aire del verano.
Murió gritando, la razón perdida.
Perdida la esperanza, quebrada ya la fe,
permanecen los nombres de los astros y las constelaciones.
Un anciano y un niño cogidos de la mano.
"Un anciano y un niño", de Fernando Ortiz.
Muchísimas gracias por compartirlo con nosotros. Un abrazo muy fuerte
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