Budapest, primeras impresiones

Escapada a Budapest. Llegamos la mañana de un jueves sin haber dormido apenas y nos recibe una ciudad hermosísima, en la que los chubascos se mezclan con un sol tímido que no acaba de calentar. Nos alojamos en los límites del barrio judío, en Pest (el Danubio, marrón, pese al tono azul que aparece en las fotografías: el dicho popular sostiene que solo lo ven azul los enamorados), divide a la ciudad en Buda, la zona más antigua, en las colinas, y Pest.  Por momentos me da la impresión de pasear por las calles de Viena, dada la monumentalidad y señorío de sus edificios, la mayor parte construidos durante el siglo XIX, cuando Budapest y la capital austriaca compartieron la capitalidad del Imperio de los Habsburgo.

Se suceden los palacios y las mansiones de la alta burguesía, y no solo en las avenidas principales sino también en las calles adyacentes. Allá donde mires encuentras un portalón magnífico, balconadas soberbiamente adornadas. Calles limpísimas (creo que es la ciudad europeas más limpia que conozco: a nadie se le ocurre tirar un papel al suelo, incluso hay ceniceros para las colillas) y la vida y el movimiento de gentes que puedes hallar en cualquier ciudad europea: los jóvenes con los cascos en los oídos, escuchando música; madres empujando carritos con bebés, personas atareadas. Mucha gente rubia.

La calle Andrássy, muy cerca de nuestro hotel, es una hermosa avenida franqueada de magníficos edificios, donde se ubican las tiendas de los modistos, pequeños restaurantes y cafés (sobre estas líneas, el café de los artistas, Muvesz Kavéhaz) y la Ópera. Atravesamos el barrio judío y llegamos al Danubio, con la imponente silueta del Parlamento en su orilla derecha y la Colina del Castillo a la izquierda. Una ciudad por descubrir, cinco días por delante para hacerlo.