El Café New York se convirtió enseguida en el centro cultural de la ciudad, lugar de encuentro de un buen número de escritores húngaros, desde Kosztolányi y Endre Ady a Gyula Krúdy y Ferenc Molnár. Este último, dramaturgo residente en el Teatro de la Comedia, protagonizó una anécdota famosa en la ciudad, pues el día que se inauguró el café tiró las llaves al Danubio para que no cerrara jamás. El caso es que durante décadas permaneció abierto las veinticuatro horas del día. Su decoración, de estilo renacentista, resulta un tanto recargada, y nada conserva de la atmósfera que un día le hizo famoso. Pero creo que es un lugar de obligada visita.
Mucho más encantador resulta el Central Kávéház, centro de reunión de intelectuales y literatos, al igual que el New York. Tanto el dramaturgo Sandor Brody como el novelista Kálman Mikszáth eran clientes asiduos. Aquí se editaron dos revistas prestigiosas en su época: Nyugat (Oeste) y A Hét (La Semana). Hoy, a media tarde, es frecuentado por grupos de señoras en busca de sus deliciosas pastas, aunque, como veis, todavía es capaz de inspirar a algunos. "Mi café es mi castillo", afirmó el escritor Dezso Kosztolányi. Debe serlo a la vista de la concentración de la que disfrutó el caballero de la derecha.
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