Sentado en la piedra más baja del muelle,
vi como navegaba una cáscara de sandía.
Apenas escuchaba, sumergido en mi suerte,
el rumor de la superficie y el silencio del fondo.
Como si de mi corazón arrancara su curso,
era turbio, grande y sabio el Danubio.
Igual que los músculos cuando el hombre trabaja,
limando, martillando, cavando, levantándose un techo,
saltaban, se estiraban y enervaban
cada movimiento y cada ola.
Y, como mi madre, el río me mecía, me contaba cuentos
y lavaba todas las ropas sucias de la ciudad.
De pronto empezó a lloviznar
y, como si todo diera igual, escampó.
Tal como aquel que mira la lluvia prolongada
desde una cueva, contemplé el horizonte:
como una indiferente, eterna lluvia, iba cayendo
el pasado ya descolorido.
Corría el Danubio. Y como un nino en el regazo
de una madre fértil y abstraída,
jugaban graciosas las olas
y llegaban sonrientes hasta mí.
Así se estremecían en la corriente del tiempo,
como las tambaleantes lápidas de un cementerio.
(...)
Muy cerca del Parlamento de Budapest mira al Danubio el poeta húngaro Attila Jozsef, el autor de este precioso poema que podéis leer en su totalidad en este link. Hoy, Dia del Libro, es buen momento para recordarlo.
No hay que dejar que se tambaleen las lápidas de nuestros muertos: cada vez que acudamos al cementerio a enterrar un trozo de corazón que se nos haya desprendido por falta de uso, o porque nos lo hayan atenazado hasta la asfixia y sea ahora no más que un trozo de patética mojama, está bien que sellemos con yeso las fisuras de las tumbas, que limpiemos las letras de latón, el búcaro de loza, y que tengamos la decencia -por lo menos las fechas señaladas- de cambiar las tristes flores de trapo que la intemperie va decolorando, por flores frescas o manojos de romero, mimosa o albahaca. Ellos -los muertos- no se enterarán, pero tú sí..., que venteas tu muerte anticipada,
ResponderEliminarOpto por ventear la primavera, que amanece en mi ventana y me llena de alegría. Mis besos, Werther
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