Aunque el ascenso es trabajoso, merece la pena el esfuerzo. El bosque que viste la colina ofrece unas tonalidades increíbles. Hace frío, huele a frío. Una alfombra de hojas amortigua nuestros pasos. No hay un alma. Absoluto silencio.
Cuando ya no podía dar un paso más, con el corazón en la garganta, apareció entre los árboles la silueta del castillo. El castillo de Altenburg fue utilizado por los príncipes obispos como defensa de la ciudad, aunque ya existen documentos que atestiguan su existencia en el siglo XII. En 1124 el obispo Otón el Santo consagró la capilla.
Las referencias bibliográficas hablan de la magnificencia con la que el castillo estaba decorado, con gran abundancia de obras de arte y la presencia habitual de artistas e intelectuales de la época. Se sabe que Alberto Durero y el Doctor Fausto se alojaron en Altenburg. En el siglo XVI, durante la Guerra de los Margraves, Albrecht Alcibíades von Brandenburg-Kulmbach (¿no es un nombre imponente?) , llamado "el Margrave Salvaje" hizo saquear y destruir el castillo, del que sólo se conservan originariamente la torre y parte de la muralla. Si os fijáis en la foto de la izquierda comprobaréis como de la torre todavía cuelga una cesta de hierro con la que se hacían señales de fuego al castillo de Griechburg, a 20 km. de distancia.
En el siglo XIX, el escritor romántico alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffmann se alojó en este castillo. Un personaje interesantísimo: músico admirado por Beethoven, jurista, dibujante, su figura y su obra inspiraron a grandes compositores, como Shumann, Wagner o Donizetti, además de a Jaques Offenbach, que se basó en sus cuentos fantásticos para componer su ópera Los cuentos de Hoffmann.
Un lugar ideal para un espíritu romántico. En otra entrada os mostraré más.
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