En un lugar tan mágico como el castillo de Altenburg es muy fácil dejar volar la imaginación. En la parte posterior de los edificios se encuentra un jardín pequeño, algo salvaje, con un pozo que creo que os mostraba en la entrada de ayer. Bajando por unas escaleras de piedra cubiertas de hierba y hojas, el jardín se aterraza en una superficie casi semicircular, abierta a la llanura donde se extiende Bamberg. Y en el centro, la construcción que veis en la imagen: una suerte de monolito historiado, con los restos de lo que debió ser una especie de trono, rodeado de unos bancos corridos formando semicírculo. Imagino al príncipe obispo reunido aquí con sus señores vasallos, miembros de una sociedad secreta donde se decidía la suerte de algún caballero díscolo.
La vista desde las troneras de la muralla son bellísimas. El color del otoño. Me hizo gracia una cueva de piedra construida en un recodo de la muralla, cerrada con rejas de hierro, donde se muestra a un enorme oso disecado, erguido, con un osezno acurrucado a sus pies. Una leyenda informa de que ese animal vivió hasta hace unos años en el castillo.
Me gustan los detalles de las puertas, que intento infructuosamente abrir. El interior del castillo no se visita, de manera que lo rodeo tratando de encontrar el modo de colarme. Misión imposible.
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