En Bamberg, como en otras tantas ciudades fluviales, enseguida te topas con el río. En este caso son dos, o quizá uno que se bifurca (he de enterarme), uno de los cuales se abre formando una isla donde se encuentra el antiguo ayuntamiento, la imagen más conocida de la ciudad (se atisba en las dos fotos de arriba), que ya os mostraré otro día. Me entero al volver a casa de que la orilla que veis en la imagen de la derecha se llama la "pequeña Venecia". Es el barrio de pescadores.
Camino tan absorta que en más de una ocasión las bicicletas deben sortearme. Se ven pocos coches circulando, como en el resto de centro Europa aquí reina la bicicleta. Nadie parece tener mucha prisa. Los alemanes suelen ser amables y serviciales, lo malo es ese idioma endiablado con el que se comunican entre ellos, que no con el resto de la humanidad. La ciudad está limpísima, las casas cuidadas y el mobiliario urbano impoluto. Una delicia.
A las cinco de la tarde comienza a oscurecer y el frío y la falta de luz me devuelven a casa. Antes he subido la colina donde se alza Michaelsberg, un monasterio benedictino que preside la ciudad, pero eso merece otra entrada. De camino me topo con la casa que veis a la izquierda, la Casa de Hegel, donde vivió durante su estancia en Bamberg y escribió parte de La fenomenología del espíritu. Y os dejo con la imagen más típica de esta ciudad, el Ayuntamiento Viejo, entre los arcos de los puentes del río Regnitz.
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