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martes, 11 de noviembre de 2014

Amanecer en Bamberg

Acabo de llegar a Bamberg, una pequeña ciudad de Baviera, a dos horas y media en tren desde Frankfurt o Munich. Una deliciosa ciudad, por lo que he podido intuir hasta ahora, de alrededor de 70.000 personas, que tuvo la suerte de librarse de los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial (a diferencia de su vecina Nüremberg, aunque Bamberg carecía de su carga simbólica) y por ello se mantiene intacta, cualidad casi imposible de encontrar en las ciudades alemanas, sistemáticamente destruidas y reconstruidas posteriormente. (Me viene ahora a la memoria Dresde, una ciudad maravillosa que fue arrasada sin más razón que dar una lección a los alemanes: la guerra ya estaba perdida y allí no había más que civiles. Una prueba de fuerza inmisericorde).






















Visito a unos amigos que están disfrutando de una beca a la creación, otorgada por el Gobierno de Baviera,  que les posibilita alojamiento en el palacete que veis arriba a la izquierda. De manera que, tras un viaje cansado y algo accidentado, amanezco con estas vistas desde la ventana de mi habitación. De un lado, la Catedral; de otro, una imponente iglesia parcialmente cubierta de andamios, que responde al nombre de Obere Pfarre. Un lujo asiático, como veis.












Por dentro la decoración es espartana, y la pureza de las líneas, las aristas de las bóvedas y los quiebros de las escaleras dibujan unos espacios y unos juegos de luces que mi impericia con la cámara me impide captar, pero quizá podáis daros una idea de su belleza.












En este palacio barroco de principios del XVIII, a la orilla de uno de los canales de Bamberg, de nombre Villa Concordia, se encuentran otras dependencias a disposición de los becarios. El lugar es hermosísimo.  En la otra orilla el camino que conduce al parque que mañana temprano caminaré.












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