Así que, cuando mis obligaciones familiares me lo permiten, me olvido del mundanal ruido y me escapo hacia los rincones más solitarios del Muro de San Lorenzo, hacia las pequeñas calas rocosas, siempre algo más allá de la siguiente playa: Peñarrubia, Cervigón, Estaño, Serín... hasta que mis rodillas comienzan a quejarse, y vuelvo sobre mis pasos.
Vivir frente al mar es un privilegio impagable. Cuando salí de casa lloviznaba, algo después se fue abriendo el cielo y brilló el agua, de un azul intensísimo.
A mi vuelta descubrí a esta mujer pintando el agua como si fuera tierra. Por entonces aún se veía la playa casi desierta. Unas horas después, este era el panorama. La cara y la cruz del norte cuando se decide a llegar el verano.
Un paseo muy agradable con unas fotos muy bonitas. Casi se percibe el olor de la sal. Saludos.
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