A todos nos ha pasado en más de una ocasión leer un texto y desear haberlo escrito, generalmente no tanto por su brillantez como por su proximidad, al sentirnos identificados con esas reflexiones o retratados en los sentimientos o sensaciones que describe. En ocasiones se trata simplemente del tema elegido, de la mirada sobre algo que nos resulta tan familiar, tan propio, que nos reprochamos no haber sido nosotros los descubridores del secreto. Porque todo lo que nos rodea encierra un misterio, un sentido oculto repleto de metáforas, pero muy pocos elegidos son capaces de desvelarlo. De ahí la importancia de la mirada; es la mirada lo que conforma al escritor, lo demás es oficio.
Esta mañana, sentada en la plaza ante mi segundo café, un poco encogida porque septiembre ha llegado a Madrid anunciando el otoño, he sentido esa frustración ante Una plaza de Ámsterdam, un texto firmado por Muñoz Molina y publicado en el suplemento cultural de El País, en el que el autor describe una plaza que me encanta y que conozco bien, la Spui de Ámsterdam. Muy cerca de allí se encuentra un barrio oculto, un grupo de casas antiguas, espléndidamente conservadas, ordenadas alrededor de un jardín interior presidido por una pequeña y encantadora iglesia. La entrada a este pequeño mundo no es fácil de localizar, de manera que se libra de la voracidad de mucho turista impaciente.
El texto es delicioso y merece su lectura completa, pero quisiera entresacar unos párrafos. Dice Muñoz Molina: "No hay muchas cosas que sean de verdad imprescindibles en la vida, pero quizás una de ellas sería una buena plaza. Una plaza que abarque el mundo y a la vez le ponga límites razonables. Una plaza que sea un paréntesis y a la vez un cauce, porque uno quiere que las cosas estén ordenadas y sean familiares y al mismo tiempo fluyan; uno quiere ver caras conocidas y caras desconocidas, confortarse con lo reconocido y estimularse con lo nuevo, sentirse en casa y también sentirse un poco o bastante extranjero."
Yo tengo una plaza a la que regreso a diario, un lugar que reconozco como propio donde voy a leer la prensa por la mañana, en ocasiones a tomar el aperitivo o a almorzar en una de sus terrazas; una plaza testigo de los juegos de mi nieto, de sus rodillas desolladas; una plaza que le está viendo crecer. Allí leo, escribo; allí llevo a la gente que quiero y les recibo como si del salón de mi casa se tratase. Conozco a los borrachines que duermen en los bancos, ajenos a los gritos infantiles; a los ancianos de la residencia vecina caminando cautelosamente del brazo de sus cuidadoras; a otras madres y abuelas. Conozco a tres jóvenes músicos, de los que os hablé en más ocasiones, una guitarra, una flauta y un saxo que interpretan un blues delicioso. Conozco a los camareros de las terrazas vecinas y a los mendigos. A menudo coincido a mediodía con un matrimonio mayor al que acompaña una o varias de sus hijas. Identifico a tres. Hasta hace poco la mujer solía levantarse de su silla cuando los músicos comenzaban a tocar, se colocaba delante de ellos y bailaba. Sonreía y se la veía feliz como una niña pequeña. Su hija la miraba desde la mesa ocupada en atender a su padre, sentado en su silla de ruedas, dándole a beber agua en pequeños sorbos. Verle me rompía el corazón, la cabeza caída sobre el pecho, un gesto de infinita tristeza en el rostro. Últimamente la madre ya no se levanta, ausente de cuanto la rodea. Ayer encontré al padre en la plaza del brazo de una de sus hijas, esforzándose en dar un pequeño paso, tan frágil, tan cansado. Me dicen que fue un famoso escritor de novelas del oeste.
No sé por qué siempre termino contándoos tristezas. No era mi intención.
No son tristezas, SolPau, son la vida. Tienes mucha sensibilidad.
ResponderEliminarMe encantan las plazas, también la tuya.
Besos.
Gracias Ilona, eres un encanto. Es la vida, sí, que a veces nos ofrece su cara más amarga. Un abrazo muy fuerte
EliminarSi, esta entrada ha sido como un tobogan, has comenzado subiendome el animo para acabar quitandome la escalera de los pies. Pero siempre se agradece un pensamiento que haga sentir, anque duela un poco, o como en mi momento, un mucho. Me quedo reviviendo mis plazas, mis momenos de paz, mis mundos. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMe hago cargo, David. Te comprendo perfectamente. Eso compartimos. Un fortísimo abrazo para tí
Eliminar¡A mí me pasa! leo tus textos y desearía haberlos escrito yo pero desgraciadamente no llego, por eso me encanta seguirte. Por cierto, gracias a tu blog también sigo el de Hornero con mucho interés pues, dentro de mi no profesionalidad, me gusta y practico el tratamiento de imagen y siempre se aprende algo de sus preciosas fotografías.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo de sesentona
Tú tan generosa como siempre. No sabes cuánto me alegra encontrarte por Mi Casa. Un abrazo muy fuerte
EliminarPrecioso texto y fantástica tu casa. Soleada, brillante y generosa pues invita a pasar y disfrutar de sus vistas. Me he metido en ella con el permiso de una amiga fotógrafo que te replica en FB y ha sido un buen descubrimiento. Respecto de desear haber escrito algo tengo esa sensación infinidad de veces.msoy magnánimo ante el delito del plagio. Si yo me viese plagiado me sonreiría gistosa, secretamente. ¿Qué mayor placer para un escritor que saber que tu texto ha impulsado delictivamente a alguién a copiarlo?, el mayor éxito para mi sería la réplica exacta. Un saludo y encantado de conocerte.
ResponderEliminarGracias Enrique, y bienvenido a Mi casa. Espero que te quedes por aquí mucho tiempo. Un abrazo
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