"La primera noche de aquel primer día de la vida de Azurina
transcurrió en el hervidero de hormigas en que se había transformado la cantina
de la Negra Luisa. Dentro se movían los asiduos al local con un vuelo loco, de
un lado a otro, como pájaros encerrados, pero pájaros bebidos y extasiados. Su
brazos, como plumas, al moverse con el ritmo frenético de los sonidos
africanos, cortaban el humo denso que empezaba a cuajar el aire de aquel
espacio cerrado, creando círculos de una geometría perfecta. La puerta,
amachambrada a cal y canto para los
curiosos de fuera, estaba abierta, de par en par, a la locura frenética de los
de adentro. El ron de Luisa parecía más excitante que nunca. El alocado grupo,
la selecta reunión, vibraba entusiasmada en un frenesí cada vez más carnal,
sudoroso y almizclero. La Reina Luisa, entronizada en lo alto de la barra,
dirigía el exorcismo de ritmo y amor, humo y vida, con una poderosa macana que
conservaba de su padre. Las manos calientes se escondían por debajo de las
faldas y los bailes vaporosos de los labios de las negras se perdían húmedos
por los cuellos de los marinos hipnotizados. La comunión de chinos, congoleños,
indianos y españoles, de negros y mulatos de viejos y de jóvenes era mística y
primitiva. Al fondo del salón la mesa más ancha ofrecía al Padre Güell el
espacio suficiente para dormir su particular Gólgota y lejos de apartar de allí
su cáliz se aferraba a él como naufrago a su rama. La puerta de la trastienda
del local, el sacta santorum de aquel ron, dejaba paso a la luz amarilla de dos
lámparas y a los gritos de placer de una pareja joven y de piel oscura,
enardecida, quizás tumbada, quizás asida a la columna de la que colgaban
ofrendas para Huión, mientras se entregaban bramantes acometidas el uno al
otro, como el mar contra el acantilado, una y otra vez, incansables, espumosos
los dos cuerpos desnudos.
Y en la esquina más tranquila el Señor Hamao se movía con la
parsimonia de haber nacido antes de todo y llevar la historia de la isla entera
bajo sus pies, siempre descalzos, y en su mirada esa noche, más infinita que
nunca, el secreto de la vida.
En la esquina del otro lado, lúcidamente borracho, el Señor
Cullings movía su poderosa cabeza de pelo blanco al ritmo de los tambores y las
güiras y al moverla hacía brillar su anillo plateado, llenando la estancia de
chispazos argénteos, deslumbrantes, que resultaban pirotecnia de aquella fiesta
de vida nueva."
Hace muy pocas fechas he descubierto un blog que me tiene fascinada. Todo él es una joya de sensibilidad, y me gustaría compartirlo con vosotros. Blogscriptum. Hoy os ofrezco un fragmento de un precioso relato que, entrada tras entrada, va desgranando. Os invito a hacerle una visita. No os defraudará.
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