"Habías creído que la felicidad solo se compone de cosas buenas, bellas, perfectas, magníficas, qué imbécil; habías creído en una felicidad de cuento de hadas o de estúpida comedia televisiva, en una felicidad pueril, a la medida de las mentes simples, de las inteligencias incapaces de comprender la contradictoria complejidad de la realidad; pues la felicidad verdadera está hecha de una mezcla de elementos entre los que predomina lo grato, pero sin que se pueda excluir en ningún caso lo desagradable, e incluso lo doloroso, y además para mantenerla hay que esforzarse, imbécil, hay que esforzarse continuamente, hay que sacrificarse.
Nada bueno es gratis, y menos la felicidad, imbécil."
Cambio de tercio: de Berhard paso a José María Merino, y el resultado no me deja en absoluto satisfecha. El río del Edén ha sido saludada por la crítica con todo tipo de parabienes, y una vez más me convenzo de que, salvo escasísimas excepciones (Menéndez Salmón nunca me decepciona, Javier Marías generalmente consigue interesarme) no merece la pena correr riesgos. Siempre me resultó de una pedantería insufrible, pero al final van a tener razón los que optan por volver a los clásicos. O al menos a los consagrados, como sostenía Schopenhauer.
El río del Edén es una novela entretenida, a veces empalagosa como una novela rosa, que nunca llega a profundizar en una historia que se hubiera prestado perfectamente a un desarrollo de mayor calado. Una lástima, José María Merino sí sabe escribir, seguramente lo que ocurre es que tiene poco que decir. Y ya se sabe lo difícil que es mejorar el silencio.
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