Desde la estación (un pequeño apeadero delicioso, decorado con los clásicos azulejos portugueses) me ha traído hasta aquí un taxi, y la primera impresión que he tenido del pueblo ha sido encantadora. Enseguida nos adentramos en la sierra, estrechas y sinuosas carreteras bordeadas de altas tapias musgosas que dejan entrever, tras tupidas masas de bosques, las fachadas de palacetes y villas hermosísimas.
Me recibe un jovenzuelo encantador y guapísimo, con unos espectaculares ojos azules, que se desvive por facilitarme la estancia. Una vez instalada pretendo ver las noticias en la televisión y, como no acierto a encenderla, salgo de mi habitación y pido ayuda a Doña Elena, la dueña del hotel. Tras tratar, también infructuosamente, de que el artefacto funcione, la señora me advierte muy seria que Pedro (así se llama el jovenzuelo) se hará cargo del asunto.
Como estoy rendida, y Pedro se demora, opto por darme una ducha, y ese es el momento que elige para llamar a la puerta. Ya en pijama de franela (pijama monacal), le escucho hablar cerca de mi habitación, abro una rendija y le llamo. Se acerca, me ve vestida de aquesta guisa, pone cara de horror y llama a gritos a Doña Elena, que viene presurosa, mientras el jovenzuelo se atropella explicándome la conveniencia de que ella también aprenda el manejo de la tele. Y con los tres en amor y compañía el aparato se pone en marcha. Sospecho que le he dado un susto de muerte.
Una de las características más simpáticas de este pequeño hotel es su devoción a los pájaros. Los desayunos tienen lugar en una suerte de galería acristalada sobre una enorme pajarera al aire libre donde pájaros de todas clases y tamaños vuelan a su antojo. De vez en cuando pican los cristales para llamar tu atención.
Paisaje desde mi ventana, antes de que anochezca y al amanecer.
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Sol Pau, no puedo tomar un avión pero con las fotos y tu relato no necesito.Luego de leerlo, cierro los ojos y recorro con mi imaginación cada instante, cada lugar y el tal Pedro de ojos azules. Como decía Fray Luis en su Oda, "lejos del mundanal ruido", nada más preciado por mí en estos días, pero, como dices tú, sonrío y vendrán tiempos mejores. Disfruto el presente, más que el día, apenas hora a hora.
ResponderEliminarY una de esas horas es visitarte.Enorme placer.
Todo mi cariño
Celia Romero
Una vez más de tu mano conocemos, en este caso, un delicoso hotelito en las carcanías de Sintra. Lo cuentas de tal forma que apetece hacer las maletas ya. Estoy totalmente de acuerdo contigo respecto al hermoso y nobilísimo pueblo Portugués; debiéramos ir de la mano en todo por razones geográficas, históricas, culturales y, no digamos nada ahora, económicas.
ResponderEliminarMe encanta la descripción que haces del encuentro entre doña Elena, el mancebo Pedro y tu misma vestida de monacal franela. Te visualizo y me hace una gracia enorme.
Besinos primaverales.
Un pueblo de caballeros. Un beso enorme, cielo.
EliminarPese a no conocer, aun, Portugal, siempre he pensado como José. Que vivimos de espaldas a nuestros hermanos, mirando hacia sitios que nos quieren bastante menos. Vengo de estar a pocos kilometros (Caceres) y me he quedado con las ganas de adentrarme. Sera en otra ocasión. De regreso y siguiendo tus sabios consejos me deje caer por el legado de los Alba, no me defraudó en absoluto. En cuanto al paseo que nos estas dando, casi puedo oler los mirtos que dan nombre a la preciosa finca en que te has hospedado. Un lugar para reencontrarse pero sobre todo para renacer con fuerzas renovadas. Besitos cordiales.
ResponderEliminarQué lástima que no te hayas acercado, David, te encantaría. Ahí tienes, esperándote, un destino irresistible, aunque Cácares tampoco está nada mal. Una ciudad maravillosa, con uno de los centros históricos más bonitos de España. Seguro que tu cámara le sacó partido. Un abrazo fuerte.
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