Solo venial
El origen de toda la riqueza y corrupción que ostenta la
Iglesia se debe paradójicamente al pecado venial. Su creación hizo necesaria la
existencia del purgatorio, que ha resultado ser un negocio mucho más sólido que
todas las empresas juntas del Ibex 35 o del Dow Jones. El pecado venial es solo
un juego malabar elaborado por un genio de la economía. Los que mueren en
gracia de Dios sin estar perfectamente purificados no pueden entrar en el Reino
de los Cielos, pero tampoco una falta leve merece una condena al fuego eterno.
Cielo e infierno son un final de trayecto irreversible. Había que crear en
mitad del camino un depósito de ánimas benditas en tránsito, una especie de
isla de Ellis cuya salida hacia la Ciudad de Dios, el Manhattan Celestial, se
realizara mediante un impuesto de peaje satisfecho con misas, novenas e
indulgencias pagadas con dinero al contado o a través de herencias y donaciones
de bienes muebles e inmuebles a la Iglesia. El alma en pena es normalmente la
de un familiar muy querido que obliga al creyente a acudir al rescate para
sacarlo de ese cocedero. Desde el inicio de la cristiandad hubo reyes pecadores
y condes facinerosos que levantaron templos, crearon monasterios y abadías,
ofrecieron regalías a los clérigos para hacerse perdonar sus fechorías y
asegurarse las plegarias por su alma después de la muerte; hubo confesores
especialistas en torcer la última voluntad de agonizantes hacendados y en
macerar viudas ricas hasta extraerles el testamento del cortijo. Esta rapiña no
hubiera sido posible sin la existencia del purgatorio, el invento que más
dinero negro ha generado en la historia de Occidente, sin inversión alguna. Se
trata de un encaje de bolillos. Al pecado venial y al castigo de un fuego al
baño María regulado mediante óbolos debe la Iglesia toda su corrupción y
riqueza descomunal.
Manuel Vicent, diario El País, 14 de diciembre de 2014.
VERMEER (por Wislawa Szymborska)
ResponderEliminarMientras esa mujer del Rijksmuseum
con esa calma y concentración pintadas
siga vertiendo día tras día
leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo
el fin del Mundo.
Y voy yo y escribo:
Babilonia aprisca los rebaños y se encierra entre estucos pintados al fresco. Apilan las monedas y pesan el oro: lingotes, polvo, cálices, custodias, relicarios, vajillas, raspaduras de retablos, coronas dentarias, algunas regias, exvotos...
De la parte de Civitavecchia, adelantada, viene una nube negra. Luego, un capotón oscuro sume a la ciudad en una tiniebla fosforescente. El primer relámpago y, un segundo después, el trueno que desgarra los tapices vaticanos: la tormenta está encima mismamente de la cúpula de Buonarroti.
Y por un desgarrón del cielo comienzan a bajar los arcángeles con sus espadas flamígeras.
Los viejos clérigos maldicen, algunos lloran. Pero no se oye una oración ni un salmo ni una jaculatoria... El Fin de los Tiempos ha acontecido.
Mientras, en el Rijksmuseum, la mujer que pintó Vermeer, continúa, impertérrita, vertiendo el cuenco: Szymborska se habría equivocado.
Hummmm, esos arcángeles con sus espadas ardientes, qué magnífico espectáculo. Eres único, Fred, para inspirarme. Besos, querido
EliminarPues yo lo decía sin doble intención...
ResponderEliminarY yo
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