Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Ayer se cumplieron 75 años de la muerte de Antonio Machado, un poeta especialmente ligado a mi generación, un hombre de cuya mano muchos aprendimos a amar la poesía. Hoy os traigo uno de los primeros poemas que aprendí de memoria, siendo una adolescente. Amado Nervo (cuyos versos me leía mi madre), Gustavo Adolfo Becquer, Rabindranath Tagore, Antonio Machado, creo que fueron mis primeros poetas. Tengo con ellos una impagable deuda de gratitud.
Por si te gusta, este relato mío: http://albertogranados.wordpress.com/2014/02/22/la-mujer-que-leia-a-machado/
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