"Cuántas lenguas celebrarán a este niño. Qué gran literatura en torno suyo. Tantísima belleza escondida en las músicas en su honor. Y, sin embargo, qué pocas letras, qué escasos signos, cuan discretos himnos han mirado a este pedazo de su vida.
No hay misterios en esta infancia. Roma es poderosa, los judíos un pueblo angustiado, el desierto una promesa cercana. Abundan los profetas, falsos como todos, porque toda profecía es miseria, y José cumple con su fe como un hombre sensato, pero no encendido por la religión. María teme la palabra divina como se teme a los animales muertos en las encrucijadas. Queda aún en el mundo mucha tiniebla y hedor.
Los pueblos nacen, crecen y desaparecen. Hay rumores de tribus cuyo solo nombre produce pánico. Llegan viajeros que mencionan a un tal Alejandro, que llegó hace mucho hasta el Indo para morir allí de fiebres, de una picadura ponzoñosa, agotado de yacer con cientos de hombres y mujeres, aplastado por elefantes, traicionado por uno de sus soldados, fulminado por el rayo de alguna deidad sobre la que los judíos escupen su desprecio: cada posible muerte del general depende de la capacidad fabuladora del narrador. Nadie, en esta tierra de Palestina, ha mencionado jamás el nombre de Sócrates ni tampoco el de Buda, ninguno sabe qué significa la palabra ecumene. Cuando se menciona Menfis la gente rumia su ignorancia sin pestañear. Solo la ciudad inmortal, lejana, remota, viviendo en el esplendor de sus pendones y sus ejércitos, solo Roma parece contener sustancia suficiente como para someter al tiempo.
Mentira, también ella caerá. También ella. El ángel de la Historia, yo, la Duración, lo sé.
- Si yo de ti me olvidara, Jerusalén, si yo de ti me olvidara -escucha José cantar a los comerciantes que viajan hacia Hispania, llevando todo tipo de dones: especias contra el mal de la vejiga, plantas que se alimentan de insectos, telas a cuyo tacto las yemas de los dedos se cubren de rubor-. Si yo de ti me olvidara, Jerusalén, si yo de ti me olvidara.
Y su voz, como una letanía antigua, trae al carpintero perfumes de un mundo atribulado."
La belleza en la prosa de Ricardo Menéndez Salmón. Os hablaré más de esta novela, un tesoro, que os recomiendo vivamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario