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viernes, 27 de febrero de 2015

"Los surcos del azar", de Paco Mora

"Para qué llamar caminos/ a los surcos del azar", cantaban unos versos de Antonio Machado. Así se titula este libro conmovedor, absolutamente necesario, a mi juicio, que reivindica el papel de aquellos republicanos que perdieron la Guerra Española, huyeron de nuestro país y se enrolaron con los Aliados para luchar contra el fascismo. Un libro necesario porque reivindica nuestra memoria histórica y el papel de muchos héroes anónimos que se jugaron la vida para luchar contra los nazis, con la esperanza de que, una vez derrotados Hitler y Mussolini, se liberara a España del fascismo.











Reconstruye la historia de "La Nueve", la división acorazada del ejército de la Francia Libre que participó en la Guerra y en la liberación de París.  El rigor histórico con el que Roca plantea el libro le otorga total verosimilitud sin hurtarle agilidad y frescura. Un libro inolvidable, conmovedor hasta las lágrimas. "Creo que es de justicia recordar a aquellas personas que lo dieron todo, incluso su vida, en la lucha contra el fascismo. Ya fuera en su lucha contra Franco o contra Hitler y Mussolini. Es cierto que entre el ejército aliado había también exiliados de otras naciones oprimidas bajo el yugo fascista. Los había italianos, alemanes, polacos... Pero todos ellos tuvieron un hogar al que regresar tras derrotar al fascismo. Tan sólo los españoles no tuvieron un país libre al que poder volver", manifestaba el autor en una entrevista.




























Creo que es un libro de lectura obligada para quien desee conocer qué fue de aquellos leales que tuvieron que exiliarse y afrontar la soledad, la humillación y el olvido. Os lo aconsejo encarecidamente.

jueves, 26 de febrero de 2015

"El niño", de Daniel Monzón

La hora y media que dura El niño se me fue en un suspiro. Desde la primera secuencia hasta la última me dejó colgada de la trama, hipnotizada por la historia y por el buen hacer de sus protagonistas. A diferencia de los thrillers norteamericanos, que siempre percibimos como algo ajeno, El niño nos resulta creíble y cercano, su peripecia, propia, sus personajes conocidos, perfectamente identificables. Descubrir ahora la calidad del cine español resulta ridículo, cuando ha dado títulos inolvidables, comparables al mejor cine europeo o americano. No sé si será casualidad el hecho de que dos de las mejores películas realizadas el pasado año sean thillers, pero creo que del mismo modo podían haber sido films de misterio, costumbristas o de terror. Contamos con directores y actores excepcionales, sea cual sea el género que aborden. Y Daniel Monzon hace en El niño un trabajo fantástico. La escena de la persecución en el mar no desmerece de ninguna película de acción norteamericana. Perfecta dirección, excelente montaje.









Luis Tosar, ese actor excepcional, está perfecto, como siempre; Eduard Fernández es un prodigio de verosimilitud; qué decir de Sergi López, y Bárbara Lenie me tiene enamorada desde siempre. La sigo en todas y cada una de las obras de teatro que estrena en Madrid. Y el guapísimo Jesús Castro está en su papel.










No os la perdáis. Os dejo el trailer:

miércoles, 25 de febrero de 2015

Algo más de la colección Abelló

Ignoro a qué tipo de acuerdo habrá llegado el Ayuntamiento con los coleccionistas de arte que están mostrando sus tesoros en el antiguo Palacio de Correos, en la Plaza de La Cibeles madrileña, pero en principio es un gozo poder acceder a unas obras que era más que probable nos estuvieran vedadas al común de los mortales para siempre jamás. Hace unos días os mostraba algunos de los cuadros que allí se exponen, obras magníficas de maestros de la pintura, desde Goya a Canaletto, de Lucas Carnach a Sorolla. Para terminar de poneros la guinda en la boca hoy os traigo media docena de cuadros también excepcionales, temporalmente más cerca de nosotros. Y abro con una obra extraordinaria, un Tríptico de 1983. Pocos pintores contemporáneos me trastornan tanto como Bacon, quizás Louise Bourgeois. Sus hombres solos, atormentados, tan frágiles y tan perdidos me  estrujan el corazón.















Para recobrar la sonrisa nada como Chagall, con su luminoso mundo onírico, sus criaturas mágicas flotando en un universo de dulzuras. Maternidad con cabra dorada, pintada entre 1954 y 1963, es un precioso lienzo que te atrapa inmediatamente y del que te cuesta separarte. A la derecha, Después del baño, de Degas.


La primera vez que visité el Metropolitan de Nueva York, hace más de veinte años, descubrí un cuadro que no he podido olvidar. Se trata del retrato de una mujer desnuda, muy probablemente de la misma época del que os muestro arriba, firmado por Picasso. Blanco sobre blanco, la silueta de la mujer emergía del fondo muy tenue a base de pinceladas de blancor, suavemente, contrastando con la consistencia de su corporeidad.  Desnudo sentado, el óleo y carboncillo que os muestro, me lo recordó. A su lado otro precioso óleo, pintado y expuesto también en su revés, El Violonchelista, de Modigliani.


Y cierro como comencé, con Bacon, esta vez con Tres estudios para un retrato de Peter Beard, de 1975. Extraordinario, perturbador.

martes, 24 de febrero de 2015

Antony & the Johnsons, "Tears Tears Tears"



Me resulta fascinante este hombre.

"Leonora", de Elena Poniatowska

Hace unos días os comentaba que había comenzado a leer Leonora, la biografía sobre la pintora Leonora Carrington escrita por la premio nobel Elena Poniatowska. Años atrás estuve investigando sobre la pintora surrealista con la pretensión de incluirla en un proyecto de libro que nunca llevé a cabo, La mujer del cuadro, pero cuya preparación me permitió acercarme a la vida de un puñado de mujeres singulares, protagonistas de cuadros que por uno u otro motivo llamaron mi atención. A Mi Casa traje alguno de ellos.
Este autorretrato de Leonora Carrington se encontraba entre los elegidos, y vuelvo a él a través de la sugerente prosa de Poniatowska. Un lienzo en el que vemos a la pintora vestida de amazona, con su hermosa cabellera como crines

(- ¿Me estás diciendo que yo no soy un animal? -le pregunta atónita Leonora a su madre.
- Sí, eres un animal humano.
- Yo sé que soy un caballo, mamá, por dentro soy un caballo.
- En todo caso eres una potranca, tienes los mismos ímpetus, la misma fuerza, te lanzas sobre los obstáculos y los brincas, pero lo que yo veo frente a mi es una niña vestida de blanco con una medalla al cuello.
- Estás equivocada, mamá, soy un caballo disfrazado de niña.
Tártaro es  un caballito de madera en el que, desde niña, se columpia varias veces al día. "Galopa, galopa, Tártaro." Sus ojos negros centellean, su rostro se afila, su pelo es la crin de un corcel, las riendas se mecen locamente en torno a su cuello, que se alarga).

Me resulta delicioso ir leyendo y mirando su pintura a un tiempo, compartir la mirada de Poniatowska sobre la artista y su obra. O lo iré contando.



lunes, 23 de febrero de 2015

Desde Santoña

Me llama mi hija desde Santoña y me cuenta que está sola, frente al mar, una tarde fría y mágica (temporal en el norte, el viaje ha sido una temeridad), se siente en paz, casi feliz, y quiere compartirlo conmigo. Me envía esta imagen.














Luego me llegarán estas otras. El sulero, de José Cobo, homenaje a los hombres de la mar. Al acercarse descubre en el pescador el rostro de su abuelo, de mi padre, y me lo dice emocionada. Sí se parece.
Por muy lejos que esté, nunca se despega de mi piel, esta hija mía, queridísima.


jueves, 19 de febrero de 2015

"Rojos y negros", de C. Bernardo Sánchez

"Llegaron casi a un tiempo. Los Rojos traían los arados, las azadas, los fardeles con los martillos y los escoplos, las piedras de afilar y las guadañas. Los Negros, los palotes, los cuévanos con las semillas, las gradas de dientes, los rastrillos, las horquillas, los cántaros de agua.
La tierra oscura estaba roturada en surcos rectilíneos de desigual profundidad y anchura. Los bordes eran irregulares y presentaban abultamientos verdes, ocres, carmín... Entre aquellos, había espacios de tierra sin labrar, cuarteada, como el limo verdoso de las charcas que se desecan al sol. A intervalos, se levantaban cerros cónicos distribuidos a distancias regulares que brillaban con reflejos de marfil bruñido bajo un sol blanco aniquilante.
Los Negros arrojaban a voleo las semillas en los surcos, mientras brigadas de Rojos se afanaban en tapar la simiente con trozos de materia inerte, plaquitas como epitelios desprendidos y terrones globulosos y rezumantes que se hallaban esparcidos por doquier. Algunos querían reintegrar la tierra endurecida a los surcos pero era tal su consistencia que hubieron de desistir.

Cuando el dragón comenzó a batir las alas, un torbellino barrió la coraza córnea y las hormigas -las rojas y las negras- embebidas en la corriente de aire, cayeron al vacío y, dada su levedad, se posaron incólumes sobre un islote del Mar de los Quelonios."

Un asiduo visitante a "Mi casa", amigo querido, ha escrito este texto que me gustaría compartir con vosotros. Para este blog, es un lujo contar con gente de tanto talento. Un millón de gracias.

miércoles, 18 de febrero de 2015

"Into the woods", un delicioso musical de Rob Marshall

Tarde de cine con mi nieto, rodeados de padres con niños, pantalla grande y palomitas. Los dos fascinados ante Into the woods, el musical de Rob Marshall, dos horas de magia y canciones que me devolvieron a mi infancia. Cuando era niña me regalaron un libro grande, con ilustraciones realistas hechas a plumilla a toda página, un compendio de cuentos de los hermanos Grimm. No sé qué habrá sido de aquel libro, pero recuerdo que Caperucita Roja contaba con un dibujo de un bosque misterioso y umbrío, de altísimos árboles y enormes helechos, que reencontré de la mano de Marshall.











Into the Woods  es un musical humorístico y conmovedor que sigue los cuentos clásicos de Cenicienta, Caperucita Roja, Jack y las judías mágicas y Rapunzel. Los argumentos se entrelazan a partir de la historia de un matrimonio de panaderos abocados a cumplir las exigencias de una malvada bruja para librarse de la maldición que les impide tener hijos. Disfruté de la ambientación, de las canciones, de la historia y, fundamentalmente, del trabajo de los actores. Meryl Streep, esa actriz versátil y siempre convincente, la de los mil registros, actriz extraordinaria, borda una bruja fantástica; Jhonny Depp, aunque no se prodiga, hace un papel inolvidable como Lobo de Caperucita, y el resto de los actores están perfectos en su papel. Una delicia de película.











Os dejo el trailer:

martes, 17 de febrero de 2015

"Memorias de Adriano", de Marguerite Yourcenar

"Antinoo era griego; remonté en los recuerdos de aquella familia antigua y oscura, hasta la época de los primeros colonos arcadios a orillas de la Propóntida. Pero en aquella sangre algo acre el Asia había producido el efecto de la gota de miel que altera y perfuma un vino puro. Volvía a encontrar en él las supersticiones de un discípulo de Apolonio, el culto monárquico de un súbdito oriental del Gran Rey. Su presencia era extraordinariamente silenciosa, me siguió en la vida como un animal o como un genio familiar. De un cachorro tenía la infinita capacidad para la alegría y la indolencia, así como el salvajismo y la confianza. Aquel hermoso lebrel ávido de caricias y de órdenes se tendió sobre mi vida. Yo admiraba esa indiferencia casi altanera para todo lo que no fuese su delicia o su culto; en él reemplazaba al desinterés, a la escrupulosidad, a todas las virtudes estudiadas y austeras.















Me maravillaba de su dura suavidad, de esa sombría abnegación que comprometía su entero ser. Y sin embargo aquella sumisión no era ciega; los párpados, tantas veces bajados en señal de aquiescencia o de ensueño, volvían a alzarse, los ojos más atentos del mundo me miraban en la cara, me sentía juzgado. Pero lo era como lo es un dios por uno de sus fieles; mi severidad, mis accesos de desconfianza (pues los tuve más tarde), eran paciente, gravemente aceptados. Solo una vez he sido amo absoluto; y lo fui de un solo ser."

Por alguna razón de repente me han venido a la memoria los amores de Antinoo y el emperador Adriano, y los maravillosos retratos del  joven que descubrí en varios museos, durante un inolvidable viaje a Grecia que me llevó por muchos de los enclaves míticos del país: Micenas, Corfú, Delfos, Delos, Olimpia, Meteora, Atenas... He husmeado en mi biblioteca y encontrado mi ejemplar de las Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, y entre muchos subrayados y esquinas dobladas hallé el momento en que el emperador conoce al que sería el amor de su vida, un texto bellísimo que no he podido resistir la tentación de compartir con vosotros.

lunes, 16 de febrero de 2015

"Desvanecimiento", de Francisco Calvo Serraller

Era un vuelo rutinario Madrid-Nueva York justo después del destemplado trémolo navideño. Temporada baja, pero con el aliciente adicional de pillar algo en las sustanciosas rebajas neoyorquinas de enero. La aeronave medio vacía dejaba confortables huecos para el asiento del pasaje y su servicio a bordo. La salida fue puntual y no hubo la menor turbulencia durante el trayecto. Como estaba previsto, en el momento indicado, se nos anunció por los altavoces que se iniciaba la maniobra de aproximación y aterrizaje, con las correspondientes noticias sobre el horario previsto del fin del vuelo y los datos meteorológicos que nos encontraríamos en Nueva York, donde, se nos advirtió, estaba nevando copiosamente. El descenso, entre tupidas nubes negras inacabables, no aconsejaba mirar por las ventanillas entonces casi sin perspectiva, de manera que, durante un tiempo psicológicamente interminable, flotamos sin visión, para remontar la altura perdida e iniciar una danza de giros, quizás en espera de poder afrontar con mejor fortuna el ansiado aterrizaje. Al cabo de un tiempo que se alargaba indefinidamente, el altavoz nos indicó que partíamos hacia otra pista sin determinar en mejores condiciones, pero, fuera donde fuese el aparato, ningún lugar parecía accesible, y, no sé cuántas veces, se abortaba la operación. A la confusión y los nervios encrespados del pasaje le siguió un abatimiento general, en el que se produjo un silencio que se confundía con el ronroneo de los motores, hasta que, al fin, percibimos como un descenso desesperado del avión. Quizás nuestra última visión fue la de una tierra que se nos venía encima y un sordo resplandor.

Era un soleado día de primeros de agosto en una hermosa playa del Cantábrico, que creía conocer al dedillo. El buen tiempo, raro por esa zona, hacía que el lecho arenoso estuviera muy concurrido de veraneantes en solaz. El mar no parecía intranquilo y todo invitaba a un baño. Buen nadador, me lancé al agua salvando las primeras líneas que tupían los metros próximos a la orilla, entregado confiadamente al rítmico movimiento de las brazadas. En un momento me detuve y miré a la todavía muy próxima costa. Vi que alguien me hacía señas desde la orilla. No le di importancia y decidí retomar el camino de vuelta por si esa preocupada buena persona pensaba que era un insensato. Lo hice enérgicamente para zanjar la cuestión. No levanté la cabeza hasta que creí que ya hacía pie. Descubrí entonces que una corriente me había arrastrado mar adentro y apenas si discernía el contorno de la playa. El pánico se apoderó de mí según se empequeñecía el horizonte terrestre. Pensé que estaba perdido. Recordé que la angustia del náufrago es tan fuerte que colapsa antes de ahogarse. Colapsé.

Paseaba despreocupadamente por un sendero de montaña un atardecer de otoño algo turbio, cuando descubrí una extraña ancha grieta en una pared rocosa que me intrigó porque parecía abrirse a un amplio pasillo, quizás el de una antigua mina abandonada o quién sabe qué. La curiosidad me llevó a adentrarme unos metros al amparo de la tenue luz que se filtraba por la entrada. De repente, me sentí caer en una fosa profunda. Al cabo de no sé cuánto tiempo, recobré el conocimiento. Estaba todo oscuro y mi maltrecho cuerpo era incapaz de moverse. No llevaba el móvil.


Me despierto una noche con la agitación de haber sufrido una terrible pesadilla, cuando observo, frente a mi cama, encima de una mesa, un ordenador encendido que parpadea. Veo en él escrito un texto donde se relatan tres accidentes mortales, cuyo autor lleva mi nombre, acompañado de la fecha de mi nacimiento y la de mi misteriosa desaparición. No comprendo lo que pasa. Intento salir de mi cuarto, pero no encuentro la puerta. ¿Estaré soñando? ¿Seré yo acaso un accidente? ¿Una consciencia fantasmal? ¿Un ente de ficción? Me entra una rara lasitud. Me desvanezco.

Francisco Calvo Serraller, diario El País, 7 de febrero de 2015.

domingo, 15 de febrero de 2015

Mañana de sábado

Mañana de sábado. Después del paseo matutino, y el segundo desayuno con prensa y suplemento cultural recojo de mi casillero un poemario que he encargado a Valparaíso Ediciones, Almudena, de Luis García Montero, un conjunto de poemas de amor escritos a través de los años, dedicados a Almudena Grandes, mujer del poeta. Llego a casa, me sirvo un aperitivo y pongo en marcha el cd que estos últimos días escucho una y otra vez, Francesca de Rimini, de Chaikovski, interpretada por la Orquesta Sinfónica de Chicago dirigida por Barenboim.

(...)
Y aquí estoy yo,
que voy soltando amarras hasta quedarme tuyo
y camino hacia el mar
con los ojos cerrados,
como una barca deja su refugio,
una barca feliz que se repite:
no me ha sido posible,
porque nada me importa,
solo tu piel,
la piel de una tormenta.

Da vergüenza decirlo.


Se desata el Infierno de Dante, torbellinos de fuego, Francesca y Paolo penando su amor.

(...)
Seguro que tú puedes porque lo piensas todo,
pero yo nada encuentro,
nada encuentro en mí mismo
que no viva rendido a ser memoria,
amor de ti,
sombra de lo que existe porque te pertenece.

De repente, se aquieta el fragor, se remansa la tormenta que abrasa a los amantes en un eterno castigo y surge la voz de Francesca hablando de amor. Dante le escucha conmovido. Y yo sigo leyendo a García Montero en su amorosa declaración a Almudena.

No existe libertad que no conozca
ni humillación o miedo
a los que no me haya doblegado.
Por eso sé de amor,
por eso no medito el cuerpo que te doy,
por eso cuido tanto las cosas que te digo.

Cierro el libro y me entrego a la música. Cuando calla Francesca, vuelve a rugir el Infierno. Condenados a soledad perpetua y a la perpetua espera. No puedo resistirlo.

sábado, 14 de febrero de 2015

La Gewandhausorchester de Leipzig,con Riccardo Rachlin al frente: una noche mágica en el Auditorio

No sé qué hados se confabularon anteayer, pero viví una de las experiencias musicales más felices que recuerdo. En Ibermúsica, el "programa milagro" auspiciado por Alfonso Aijón, estamos habituados a que las mejores orquestas del mundo nos ofrezcan  conciertos memorables, pero hay ocasiones en que tiene lugar algo mágico que convierte el concierto en una experiencia inolvidable. Seguramente tendrá que ver con mi estado de ánimo, con mi disposición hacia una música concreta en ese preciso instante, pero en ocasiones se produce esa conexión mágica y sucede el milagro. Eso me ocurrió con la interpretación que la Gewandhausorchester y el violinista Julian Rachlin hicieron del Concierto para violín y orquesta en Re mayor de Chaikovski, para mi gusto uno de los conciertos más hermosos que existen y que, junto con La patética, sirvió de Requiem en el funeral del compositor. Rachlin tocó extraordinariamente, y la orquesta estuvo magnífica. Una belleza de concierto.
La segunda parte estuvo dedicada a la Sinfonía núm. 2 en Mi menor de Rachmaninoff, una sinfonía preciosa, con un primer movimiento solemne y misterioso que me entusiasma.

Os ofrezco ambas piezas: primero, el Concierto para violín y orquesta en Re mayor de Chaikovski, y después la Sinfonía núm. 2 en Mi menor de Rachmaninoff, interpretada por la Royal Concertgebouw bajo la dirección de Mariss Jansons.






viernes, 13 de febrero de 2015

Ser abuela

Fin de semana con mi nieto. Uno de nuestros mejores planes: pasar un rato largo en La Casa del Libro. Nada más entrar cada uno se dirige a su sección favorita y luego nos encontramos en la primera planta, en la sala de lectura. Allí desplegamos nuestros hallazgos y comenzamos la lectura de aquello que hayamos decidido llevarnos. Él, con verdadera avaricia lectora, procura acabarse uno o dos comics en la propia tienda y luego convencerme para llevarse otros tantos. Yo rebusco entre las ediciones de bolsillo después de haber echado un vistazo a las novedades, que se salen completamente de mi presupuesto.
Y he encontrado una joya que comencé inmediatamente a leer y de la que no me he separado. Un libro gozoso, escrito por una premio Nobel, Elena Poniatowska, de la que no había leído nada hasta ahora. Se trata de la biografía de una mujer excepcional que siempre me ha fascinado, cuya obra pictórica es, para mi gusto, de las más interesantes del pasado siglo: Leonora Carrington. En otra entrada os hablaré de ella.
Después de un rato, temiendo que un empleado venga a recordarnos que estamos en una librería y no en una biblioteca, después de que mi nieto haya devorado dos libros y esté a punto de arrancar con el tercero, decidimos ir a merendar a la vecina Viena Capellanes. Y allí seguimos leyendo, entre señoras envisonadas y parejas de novios. Hacemos tiempo hasta las siete y media, hora a la que empieza la película que vamos a ver. Levanto la vista de Leonora y le miro. No es posible querer más a alguien. Nada comparable a la felicidad de "la abuelez".

jueves, 12 de febrero de 2015

La colección Abelló en el Palacio de Cibeles

Después de la fantástica exposición de la colección de arte de la Casa de Alba, la de la familia Masaveu y la de la galerista Helga de Alvear, ahora le toca el turno a la nada desdeñable colección de Juan Abelló, que hasta primeros de marzo se puede contemplar en el Palacio de Correos de la Plaza de Cibeles, en Madrid. Una soberbia colección, que reune obra de artistas de primera fila tanto nacionales como internacionales, desde Berruguete o El Greco, a Ribera, Zurbarán, Murillo, Canaletto, Goya, Rusiñol, Casas, Nonell, Sorolla, Fortuny, Gris, Bonnard, Braque, Léger, Klee, Rothko, Picasso, Miró, Dalí, Van Gogh, Degas, Modigliani, Klimt, Schiele, Grosz, Kandinsky, Munch, Matisse, Bacon y Tàpies, entre otros. Distintos estilos y épocas, un conjunto de piezas espléndidas de las que he seleccionado una muestra para compartir con vosotros.















Si me dieran a escoger un solo cuadro elegiría el maravilloso dibujo con el que abro el comentario, el retrato de la mujer del pintor,  Doña Josefa Bayeu, realizado por Goya en 1805. Imagino a doña Josefa sentada en la cocina o en la sala de estar de su casa, interrumpiendo una labor para permitir que su marido, sentado a pocos metros, dibujara su perfil, se demorara en la toca que cubre su cabello y en su bondadoso rostro. Abajo, a la derecha, otro precioso dibujo, Cabeza de una campesina, de Vincent van Gogh; y a la izquierda, de Salvador Dalí, Retrato del padre del artista y su hermana. Si os gusta el dibujo no dejéis pasar esta exposición. Solo he elegido tres, pero la muestra ofrece muchos más de altísimo interés.
















Sobre estas líneas, dos cuadros excelentes: el retrato de Juana Galarza de Goicoechea, realizado por Goya en 1810 (se expone junto con el protagonizado por su marido, Martín  de Goicoechea, que no os ofrezco por falta de espacio), y El joven gallero, de Murillo. Me fascina este cuadro, el retrato de este niño de recién estrenada pubertad; su gesto infantil (me recuerda a mi nieto) contrasta con algo resabiado que brilla en su mirada, los ojos de alguien acostumbrado a sacarse las castañas del fuego, a sobrevivir en el mundo no siempre amable de los adultos.
















Otros dos clásicos: El olfato, de José de Ribera (uno de mis pintores fetiche), firmado en 1615; y La estigmatización de San Francisco, de El Greco, de 1580. No es de los Greco que más me gustan, pero desde que me sumergí en su obra, a raíz de las exposiciones organizadas con motivo de su centenario, me atrae su pintura como un imán. Y termino con un pintor que me encanta, Canaletto. Sus bellísimas "postales"venecianas me resultan deslumbrantes. Aquí os ofrezco dos: El Gran Canal de Venecia desde el Campo, y El muelle de Venecia próximo a la Plaza de San Marcos, ambos de 1729. Siempre que he ido a Venecia me ha dado la impresión de navegar sobre un cuadro de Canaletto. Venecia, suspendida en el tiempo.









miércoles, 11 de febrero de 2015

Quevedo, "Miré los muros"

Miré los muros


Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía          
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,             
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.


Chris Botti y Sting: "My Funny Valentine"



Vuelvo a traeros mi canción, en esta ocasión una versión que estoy segura os entusiasmará.


martes, 10 de febrero de 2015

Relatos salvajes, de Damián Szifrón

Basta con que vea el nombre de Ricardo Darín en el cartel de una película para que sienta una atracción irrefrenable por entrar a verla. Me encanta este actor. Creo que no me ha decepcionado jamás. Siempre le creo, me hipnotiza haga lo que haga. Y en Relatos salvajes está genial, como siempre. Solo por ver su actuación, por ver su mirada y el gesto de su cuerpo inclinado hacia el empleado del servicio  de la grúa municipal (lo veis en la fotografía de abajo), su manera de caminar después de haberle soltado cuatro frescas a la recepcionista de la empresa a la que va a pedir trabajo, aunque solo fuera por eso merecería la pena entrar en el cine.











Relatos salvajes, dirigida por Damián Szifrón (argentino, no he visto jamás nada suyo) y producida por los hermanos Almodóvar, es una comedia estupenda sobre lo que ocurre cuando, en vez de controlar nuestro cabreo cuando alguien abusa claramente de nuestra paciencia, damos rienda suelta a la ira y desatamos a todos los demonios. Una película hilarante y unos personajes geniales con los que fácilmente nos sentimos identificados. Si queréis pasar un buen rato. no os la perdáis.

Este es el trailer: